jueves, 30 de septiembre de 2010

La naturaleza de la verdad científica

Desde que se fundó este blog, se han publicado un sinnúmero de artículos dedicados a los temas que nuestra carta de presentación (o sea la columna derecha del blog) exalta: “ciencia, arte, filosofía y religión”. Cuando un lector de cualquier parte del mundo lee cuál es el contexto histórico real de Robin Hood, tiene todo el derecho de alegar que la publicación está dotada de muchas falacias. Aquel que lea que los neandertales y los homo sapiens pudieron reproducirse en determinado punto, podría afirmar que es una barbaridad. Sin embargo, podemos asegurar que lo que aquí se publica trata en suma medida de hacer valer el concepto de verdad, no solo por la seriedad con la que se realizan las investigaciones respectivas para los diferentes temas sino por lo que representa el concepto de “rigor científico”.


Cuando se trata de ciencia, inevitablemente se trata de aquellas hipótesis corroboradas con métodos experimentales que tienen la cualidad de ser reproductibles. Aquel que hace ciencia tiene como “imperativo categórico” ciertos parámetros que le llevan al descubrimiento de los hechos, el primero de ellos es el de evitar dar falso testimonio. Con mucho esfuerzo y dedicación, se podría publicar en una revista catalogada de científica (Science, Nature, Cochrane) un ensayo sobre un tema ridículo, con tanta valía (dotándole de caracteres experimentales y evidencia fácilmente montada) que, pasando los filtros de detección de la verdad, pasare por cierto por aquellos que lo leyeran; entonces la población pudiese tenerlo presente como un hecho real y afirmarlo con la respectiva cita, en el caso de nuestro blog dirían: “lo leí en el Quinto Pilar”.


Si bien esto puede suceder, no es lo común, el científico hace una especie de pacto inviolable con la declaración de los hechos que comprueba, este muro se levanta del mismo modo que cualquier otro esquema de la moral solo que tiene como objetivo un fin, podría decirse, más elevado: la divulgación del hecho descubierto podría cambiar profundamente la forma en la que se concibe el mundo por parte de la sociedad, no se trata simplemente de evitar hacer daño a alguien (como el manifiesto moral de no robar), se trata de una dinamia profunda de conceptos. Este principio es lo que se ha venido por llamar rigor científico y hace de la palabra “rigor” lo que significa para el hombre de ciencia la búsqueda de la verdad, una lucha constante por entender los mecanismos de función de la naturaleza.

Johannes Kepler deseró de su visión "geométrica" del universo por sus observaciones; en ellas cambia el sagrado círculo por la imperfecta elipse en pos de sus observaciones

Este mismo concepto, puede ser el gestor de una problemática gravísima que se gesta en nuestra época; Isaac Asimov ya pregonó, en uno de sus muchos escritos, este futuro desolador: La ciencia como nueva religión. El génesis de esta situación radica en la aceptación dogmática de los mandatos científicos sin la participación de la duda. Muchísimas veces lo que hacemos, al leer un documento catalogado como científico es aceptarlo, ese es el paradigma de la transformación de la ciencia en religión. Hacemos que el artífice del descubrimiento y cómplice del cambio, LA DUDA, sucumba. De hecho, este problema tiene una hermandad cerrada con muchos otros: el aluvión de información; la velocidad con la que esta información aparece, se modifica, se obsoletiza y vuelve a aparecer; la disponibilidad de acceso a información confiable…para afirmar que un hecho es veraz con certeza, hay que hacer todo un trabajo de entreveramiento intelectual.


Para darnos cuenta de este problema podemos plantear un ejemplo. ¿Cuántos de nosotros aceptamos que el espacio-tiempo es una red intrincada que se deforma como si fuera una gran sábana, por la presencia de una esfera imperfecta, que en ámbitos estelares sería la tierra?; sin embargo, todos nosotros reconocemos a Albert Einstein como un visionario en el campo de la física que revolucionó nuestra concepción del mundo, de hecho así es como lo hizo!!!. El problema se acentúa porque las teorías de Einstein no son una experiencia de todos los días, y esa cuestión hace que sus preceptos se sigan llamado teoría.


Para que una teoría deje de ser teoría y se transforme en ley, tiene que poder ser vista, corroborada por los sentidos directamente; mientras esto no suceda, todas las pruebas que le confieren un grado de certeza son indirectas. Otro ejemplo está en la evolución natural de las especies, es muy difícil poder observar cambios macroscópicos en los organismos, la negación actual de la teoría es irrisoria porque la cantidad de evidencia que la apoya es descomunal, sin embargo no deja de ser una teoría.


He ahí la importancia de la interacción del intelecto individual y el flujo de información. El lector, en condiciones perfectas, debe, para completar cualquier obra, hacer de su lectura una experiencia transformadora, y para esto, que mejor que someter la información recibida al juicio implacable del sentido común. Ahora, es bastante difícil salir a la calle e imaginar que con cada pisada estamos deformando el espacio-tiempo, lo que podemos hacer es tratar de enterarnos de la teoría y, con una consulta adecuada de la evidencia experimental, corroborar aquello que más cercanamente sea fiel a la verdad. De este modo, la duda renace y el intercambio “riguroso” de información ser productivo en el origen de nuevas ideas.


A fin de cuentas, la verdad es sumamente relativa, pero la ciencia es la herramienta por antonomasia que nos permite acercarnos a ella.


Escrito por: Vakdaro (Daniel Romero)

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Frase inspiradora...

"Los científicos se han vuelto los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda por el conocimiento" Stephen Hawking y Leonard Mlodinow, The Grand Design.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Una revisión a la "tragedia"

Escrito por: Daniel Romero-Álvarez (@vakdaro)

"La esencia de la tragedia dramática no es la infelicidad. Su solemnidad reside en el inevitable curso de las cosas {...} Esta inevitabilidad del destino solamente puede ser ilustrada en términos de la vida humana por incidentes en los cuales se involucre la infelicidad. Es sólo a través de ellos que la inutilidad de escapar puede hacerse evidente en el drama" -Whitehead-

Con esta definición de tragedia, Garret Hardin, se involucra en un cuantioso análisis del bien común en su artículo clásico, The tragedy of de commons, publicado por primera vez en 1967. Ya en esa época, estaba claro el problema que representa la propiedad pública, y a lo largo de sus letras nos presenta un camino directo hacia el desastre en todas aquellas actividades en las que la sociedad no tiene restricciones: la contaminación, las reservas naturales, los recursos globales, etc. Esto debido a la condición natural del hombre. De los muchos ejemplos que pone el artículo uno que ejemplifica al máximo el suceso es el siguiente:

Existe una pradera llena de recursos donde ha llegado el hombre ha instalarse. Luego de haberse ubicado en determinado sitio, empieza la explotación del mismo. Cada uno de los recién llegados tiene una parte del terreno y por ende una parte de los recursos, por un tiempo, eso está bien. Luego llegan más personas a la misma pradera y como todos tienen el mismo derecho a la vida, a una vivienda, a la alimentación, etc, se instalan en otros lugares. Dado que todos quieren vivir largo tiempo, y que sus generaciones perduren por siempre (nadie piensa en vivir plenamente individualmente...), la idea de compartir el terreno les lleva a apropiarse de mayores pedazos de tierra en su propio beneficio. Todos los habitantes van a empezar a sobreexplotar los recursos de este sector; a la larga, la ambición individual de cada uno (y "cada uno" aumenta con cada recién llegado) va a convertir el otrora idílico terreno en un desierto sobrepoblado, sobreexplotado con habitantes hambrientos y desesperados; el bien común fue destrozado.
En este mismo ejemplo, podríamos encontrar una solución. Que tal si los habitantes fuesen sabios y prudentes y evitarán apropiarse de áreas que no les corresponden. Necesariamente las personas que piensen de este modo tendrían que ser sabias. Mirar a su alrededor aquello que pueda traerles más beneficio y no aprovecharlo en nombre del bienestar póstumo de todos los habitantes de la región es algo que implica mucha reflexión. Si todos pensaran así, podrían vivir con lo necesario (no con el exceso) largo tiempo sin destruir el bien común. Lamentablemente basta que uno solo piense de forma distinta para que empiece a aprovecharse del recurso y tilde a los otros de estúpidos; obviamente no va a ser uno solo dado que el número de sabios y prudentes es bajo hasta en las mejores sociedades (de 10 unos 3 son sabios), por tanto esta idea no es una solución.



Santa Cruz del islote, Colombia, la isla más densamente poblada (1200 personas por hectárea), un ejemplo de la tragedia

Aparte de que los habitantes sean sabios, debería existir otra condición para evitar el desastre: no deberían llegar más personas a este lugar. Para que esto suceda, no debería haber más personas...sin embargo:

"La Declaración Universal de los Derechos Humanos describe a la familia como la unidad natural y fundamental de la sociedad. Por tanto, cualquier elección y decisión con respecto al tamaño de la familia debe irrevocablemente ser tomado por la propia familia, y no puede ser tomada por nadie más"

Lo que nos lleva a otro aspecto de la tragedia. La libertad que la población tiene de reproducirse a sus anchas es una de las consecuencias desastrosas de que la reproducción sea un bien común. Restringir esa libertad sería irse contra la ONU y los derechos humanos, algo que debería hacerse, o por lo menos plantearse. Sin embargo, hablar de los sesgos de la declaración de los derechos humanos es un taboo. Para abordar el tema, debemos recordar que la declaración fue puesta en vigencia en 1948 cuando el derroche pasional global de emociones por los genocidios de la segunda guerra mundial nos llevó a establecer preceptos importantes sin la objetividad necesaria del asunto. El exceso de población que hoy por hoy abarrota cada rincón es un anticipo del apocalipsis malthusiano que viene de por medio.


El planteamiento de Thomas Malthus es que el crecimiento exponencial de la población no se equipara al crecimiento aritmético de la producción de alimentos.

Para finalizar, el autor propone soluciones que están en vigencia en determinados aspectos como la propiedad privada. Esta solución se plantea en el contexto de estrategias que limiten el libre acceso de todos evitando definitivamente a cierto grupo y por tanto evitando el exceso; en este caso, el sacrificio (pagar una multa por ejemplo), si bien es molestoso, asegura el bien común. A esta propuesta el autor la llama "coerción mutua" y es necesaria puesto que, en sus palabras, "la injusticia, es preferible al caos total".

Ahora, el artículo presenta una narración fluida y su estructura goza de un carisma particular; sin embargo, puede presentar ciertos rasgos que el lector puede identificar como falaces. Podría decirse que los ejemplos utilizados son muy sencillos y que no abarcan el aspecto más generalizado del asunto; podría decirse, también, que el autor espera una solución moralista, lo que transformaría su análisis en una mera lección de valores.

Personalmente, esta visión cruenta me permite mirar alrededor con una resignación irónica, desde los ejemplos más risorios hasta los más complicados la lucha del individualismo humano nos lleva indefectiblemente a consumir para siempre, primero los recursos, y después a nosotros mismos.

A su disposición dejo el artículo:



lunes, 20 de septiembre de 2010

La madre de todas las ciencias??


Por: Carlos Antonio Rodríguez



Difícilmente hubiese existido un mejor impulso para la ciencia moderna que el estudio de las estrellas y planetas. Con sus movimientos tan fáciles de predecir y elucidar, no es de sorprender que aquellas civilizaciones de la antigüedad que dedicaron tiempo a la Astronomía, como los mayas, hayan hecho cálculos tan precisos que pueden ser considerados válidos aún en la actualidad. Desde el tiempo Galileo bastaron apenas otros 200 años para llegar a tener un catálogo estelar bastante completo de los astros visibles a simple vista, o con ayuda de un telescopio de acceso público, y elucidar el movimiento de los cuerpos del sistema solar conocidos hasta entonces, incluidos todos los planetas. Por ejemplo, sabemos que la Luna estará completamente llena el 23 de septiembre a las 4:17 en Ecuador, o que habrá un máximo de eclipse total de luna el 21 de diciembre a las 3:16 con 57,1 segundos (¡¡así de preciso!!, compruébelo por usted mismo).
Al igual que en muchas otras actividades intelectuales, la ciencia trabaja en base a paradigmas; particularmente, con paradigmas que pueden ser sostenidos con evidencias. Estos sirven para orientar la generación de hipótesis o las predicciones que se hacen a partir de ellas para ser puestas a prueba. Uno de los paradigmas más frecuentemente invocados es la existencia de regularidades que permiten explicar de forma racional varios fenómenos en la naturaleza. Ejemplos hay de sobra: los patrones rítmicos de los EEK asociados con distintos estados de conciencia en la mente humana, la distribución de la biodiversidad en el mundo en función de humedad y temperatura, el alineamiento de volcanes en zonas de fallamiento sísmico, la oscilación de las mareas en relación al ciclo lunar, relaciones estoiquiométricas de conservación de masa y energía, etcétera, etcétera. Sin embargo, ya sea por efecto de perspectiva o complejidad, no siempre uno puede apreciar estos patrones sin antes llevar a cabo estudios exhaustivos para descubrirlos. Ello puede enmascarar la simplicidad sistemática de las causas potenciales y producir la ilusión de que muchos ámbitos de la realidad son insondables e incomprensibles. En varias culturas ancestrales se ha recurrido a la impredecible psicología de supuestos demiurgos para dar explicaciones temporales.
¿Qué habitante del medioevo, o moderno creyente de supersticiones, se atrevería a decir que el clima es tan solo el efecto de la transferencia de calor en la atmósfera, impulsado por la convección, radiación solar, movimientos de traslación y rotación, oblicuidad del eje de la Tierra y relaciones de intercambio energético con la superficie terrestre? La explicación con mayor acogida se refería al temperamento irritable de un Dios con sede en el cielo, o tal vez en la cima de un monte alto. La razón verdadera puede quedar oculta por la falta de conocimientos, visualización del problema o indagación del individuo en cuestión. Pero en sí mismo, el problema del clima conlleva un elevado grado de complejidad. Tomemos el caso de la formación de una nube, por ejemplo. Sabemos que un buen método casero de predicción se basa en el uso del barómetro; si la presión atmosférica baja drásticamente, es posible que una corriente ascendente de aire que lleve humedad a un sitio más frío de la atmósfera, donde se condensará para formar una nube. Pero muchas veces eso también depende de otros factores, como la presencia de núcleos de condensación, la humedad relativa en el aire, la orientación de las corrientes de viento, la presencia de barreras geográficas de flujo atmosférico que no son visibles desde una localidad en particular, entre otras. Es más, hasta ahora no se conoce del todo cuáles son las causas por las que se forman las nubes. Existe tanta interferencia en el sistema climático, que muchas veces no se pretende predecir con exactitud el clima en un momento y región determinados, sino los patrones a gran escala; y ello puede suponer estudios exhaustivos a lo largo de varios años y en distintos sitios del globo. ¿Pero cómo aventurarse si desde el inicio no se tiene un fuerte indicio de que la búsqueda de esta regularidad será una empresa fructuosa?
Para complicar un poco más el problema de la búsqueda de un orden natural sistemático, ha quedado demostrado que el ser humano durante mucho tiempo no necesitó de toda la ciencia que poseemos en la actualidad para sobrevivir. Si se trata se enfrentarse a las adversidades del mundo, por ejemplo, ha bastado con que el miedo nos aleje instintivamente de ellas, sin cuestionarnos acerca de su naturaleza. Así, una enfermedad psiquiátrica no es nada más que un demonio interno, o una erupción volcánica, la cólera de un Dios que no ha recibido su cuota de sacrificios. Claro que muchas veces no se puede simplemente escapar del problema, y puede resultar mejor prevenir en situaciones de bonanza que esperar a que lleguen las vacas flacas. Pero si la doctrina dominante te impide hacer los debidos cuestionamientos, ¿Cómo puedes osar a la profesión herética de descubrir el mundo en base a la razón y sentido común? Justamente una buena escapatoria para este y el anterior dilema es el acceso a una instancia de la realidad que nos induzca de forma clara y sin mayor complicación al conocimiento de este orden natural. La astronomía representó este boleto de salida; pues difícilmente una sola persona durante un período corto de su vida podría llegar a encontrar algo más “ordenado” que el movimiento de las luminarias celestes. Rodeo en comillas a este calificativo porque no creo que se aplique en mayor medida a los astros, puesto que las leyes que los rigen son las mismas para todo lo que habita en el Universo, incluidos nosotros mismos; es solo que el orden derivado de dichas leyes es más evidente en este caso. Tal vez aquello se deba a que los cuerpos celestes se encuentran tan dispersos en el vacío que se hace más fácil estudiar sus mecánica por separado, y analizar la influencia física que tienen los unos sobre los otros. Pero además, la astronomía tiene su appeal en lo místico y sagrado; y en resumidas cuentas, si se descubre que hay una regularidad que no obedece a una ley divina, sino puramente física, en las altas esferas celestiales, ¿por qué no lo habría de haber en planos más terrenales? El telescopio fue uno de los primeros inventos cuya precisión fue incrementada durante el Renacimiento; cuando los científicos hubieron encontrado un indicio seguro acerca del orden mecánico del Universo, empezaron a encontrar efectos del mismo en la atmósfera con ayuda del termómetro y el barómetro, en las “transmutación” de las sustancias con balanzas y mecheros, la electricidad con pilas voltaicas y hasta en la vida con experimentos de calorimetría y respiración. Pero fue en la astronomía donde se halló un refugio inicial para fomentar la curiosidad científica y la pasión por la precisión; no por una simple coincidencia muchas figuras eruditas en la ciencia del Renacimiento y la Ilustración tuvieron interés en astronomía.
Carl Sagan en su libro Cosmos discute las posibilidades de desarrollar ciencia en hipotéticos habitantes de un planeta como Venus. Ahí la atmósfera es muy turbulenta, con espesas brumas de ácido sulfúrico y vapor de agua. Sagan razona que al no poder tener acceso a la observación del firmamento astral, y encontrarse en un mundo caótico y sumamente complejo, realmente es poco probable que se forje una civilización que pretenda explorar las leyes básicas que rigen la naturaleza. Uno pudiera replicar que en cierto ambiente pudiera gestarse una forma de vida capaz de comprender su mundo, pero ello implicaría un desarrollo más avanzado que el que nosotros tenemos como especie, y por tanto sería un evento mucho más raro en el Universo. Además, talvez ni siquiera nos fuera posible comunicarnos con estas entidades. En todo caso, si nosotros, Homo sapiens, hubiéramos vivido en Venus, es posible que la predicción de Sagan sea cierta. Vale discutir también cuál fue el papel de lo místico en este caso: y si nunca hubiese existido este velo sagrado en torno a los astros, ¿Los habríamos estudiado con tanta pasión?, ¿Habríamos trasladado este precepto de desmitificación científico a otros ámbitos de la realidad? Son preguntas para abrir un buen tema de discusión en la mesa.

martes, 7 de septiembre de 2010

Un personaje conocido

En 2005, el sello de música HARMONIA MUNDI ofreció al mundo una colección imprescindible para cualquier melómano, una colección de 20 discos con una recopilación escogida de música de todos los tiempos. ¿Mozart, Beethoven, Brahms, etc?, para nada, al menos en principio. El primer album se denomina "Music from the earliest times" por una razón en concreto, cuenta con interpretaciones de música griega, hebrea, árabe; interpretaciones monofónicas con un mínimo uso de instrumentos y en su mayoría voz que son una oportunidad única para retratar con mayor claridad mundo de aquella época.

La colección abarca la música pre-gregoriana, gregoriana, prerenacentista, renacentista, etc pero el motivo de esta reseña se detiene en un album medieval: "The time of courtly love", recopilación que comprende la música de trovadores de los siglos XII-XIV de Europa. Para este tiempo, el latín se dividía para siempre en lo que hoy son las lenguas romances y los trovadores se transformaron en la moda de los reyes, especialmente aquellos que exaltaban las gracias de los caballeros y la utopía del amor pastoril.


Portada del album "The Time of Courtly Love"

¿Hemos escuchado alguna vez estas canciones? No. Las canciones no. Pero el héroe de una de estas es muy familiar a nosotros, de hecho lo conocemos desde cuando niños, y gracias a Disney, la emoción nos inundaba con ese simpático zorrito disfrazado de verde participando en un concurso de arquería para ganar el amor de su consorte. Este año, una nueva versión de Robin Hood ha sido puesta en pantalla por mano del legendario Ridley Scott.


Sin embargo, las "baladas románticas" de esa época en Inglaterra contaban una historia distinta a la del conocido personaje. Era un plebeyo de Yorkshire que vivía como un forajido con sus compañeros; nada de Marion, nada de Fray Tuck, nada de ayuda ni al desamparado, peor al menesteroso. Eso sí, campeón del arco y burlador ("fecundo en ardides" sería el adjetivo de Homero).

Versión animada de 1973

Estas mismas baladas sitúan al personaje aproximadamente un siglo después del acostumbrado contexto histórico en épocas del rey Eduardo II, sin contacto ni con el noble Ricardo Corazón de León ni con el usurpador Juan Sin Tierra, personajes importantes de la versión conocida.

La primera vez que Robin Hood apareció como tal fue en la novela Ivanhoe de Walter Scott a principios del siglo XIX y en el texto es presentado como un rebelde sajón enfrentado a la nobleza normanda que conquistó a su pueblo, este fue uno de los motivos para que la posteridad lo consagrará como héroe.
En 1958, el historiador marxista Rodney Hilton mitificó a Robin como el valiente, hábil opositor que se enfrenta a la injusticia del rico para conseguir una equidad; a leguas se aprecia el sesgo socialista de su concepción. Pero, una vez más, las baladas inglesas originales nos recuerdan esa errata, Robin no ayudaba a los pobres...


Robin Hood y su banda, pintura de Daniel Maclise (1839)
que se encuentra en el castillo de Nottingham


Esas canciones, sin embargo, debieron haberse inspirado en algo y los historiadores encontraron la referencia más antigua del personaje: Un documento de 1226 que nos habla de un tal Robert Hod, fugitivo de la justicia en la localidad de York.

Posiblemente Robin nunca existió y de hecho lo curioso es observar como su presencia es parte de nuestro saber general. Lo más seguro es que ni siquiera ese Robert cumpliese con el retrato de las melodías inglesas. A veces lo que se necesita es un pretexto para la creación y es el devenir de la historia, con su gente, sus guerras, sus propios sinsabores, lo que hace de un personaje una verdadera leyenda.



Robin m'aime, pieza de Adam de la Halle, un importante "trovero" del siglo XIII

Escrito por: Vak

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El papel de la dieta en la evolución humana

Al hablar de la evolución del ser humano, lo primero que llega a la cabeza es una imagen comparativa entre un hombre y otro primate, como por ejemplo un chimpancé. Utilizamos esta imagen debido a las similitudes que saltan a la vista entre los dos individuos de diferentes especies: cinco dedos en las palmas con un pulgar, posibilidad de caminar en sus dos miembros inferiores (bipedalismo), ausencia de cola, entre algunas otras. Estas similitudes no son coincidenciales pues compartimos con ellos el 95% de nuestro genoma a causa de un ancestro en común luego del cual nuestros caminos evolutivos se habrían separado hace unos 6 millones de años. Luego, saltan a la vista también las diferencias: los chimpancés poseen mayor vello corporal, extremidades superiores más largas que les permiten también caminar con ellas (cuadrupedia), manos más largas que les permiten trepar árboles con mayor facilidad, sus caninos más grandes y principalmente su cerebro más pequeño. La importancia de nuestra dieta para poder mantener una capacidad craneana mayor es enorme, pues tener cerebro más grande implica también un mayor consumo de calorías. En el ser humano, solo el funcionamiento del cerebro en descanso toma del 20 al 25% del requerimiento total energético de un adulto, mientras que en primates no humanos se muestra una utilización del 8 al 10%, e incluso en otros mamíferos se nota un uso energético cerebral del 3 al 5% de sus necesidades calóricas totales.

Alrededor de 6 a 8 millones de años atrás nuestro antepasado en común con los chimpancés debió haber vivido en densos bosques (como lo hacen estos primates actualmente) y para conseguir su alimento que consistía en frutas, vegetales, hojas y en menor medida de carne no debía recorrer largas distancias; desplazándose así en sus cuatro miembros y colgándose de los árboles. Los restos del ejemplar encontrado que encaja mejor en éstas características es el Sahelanthropus tchadensis. Más tarde, apareció un individuo con la capacidad de desplazarse sobre sus dos miembros inferiores, tenía la habilidad de recorrer mayores distancias en busca de alimento pudiendo además utilizar sus brazos para transportar esa carga de regreso. El comienzo del plioceno debió haber ayudado bastante a la selección de esta nueva característica debido al enfriamiento que se produjo en el continente africano, convirtiendo algunas zonas boscosas en áreas más secas, como la sabana, en las que nuestro ancestro podía desplazarse con mayor facilidad y ayudaba a que estos tengan acceso a una mayor cantidad de alimento y de mejor calidad. De esta forma, obteniendo una mejor alimentación pudieron, eventualmente, mantener el costo energético de cerebros un poco más grandes. El homínido más antiguo encontrado que evidencia un bipedalismo es el Ardipithecus kadabba, de alrededor de 5 millones de años de antigüedad. Su capacidad craneana era de 300 a 350 centímetros cúbicos, volumen cerebral no mayor al de un chimpancé. Según estudios algunos estudios, se sugiere que el bipedalismo en nuestros ancestros evolucionó al menos en parte debido a que implica un menor consumo de energía que la cuadrupedia, desviando de esta forma esas calorías para que pudieran ser empleadas para la reproducción.

Consecuentemente, por obra de la selección natural, apareció un nuevo homínido con una capacidad craneal de 400 centímetros cúbicos. Es interesante conocer que en 2 millones de años de existencia del Australopithecus su capacidad cerebral tan solo creció 100 centímetros cúbicos, de 400cm3 hasta 500cm3; mientras que, posteriormente, desde Homo habilis
a Homo erectus existe un crecimiento cerebral de 300 centímetros cúbicos en tan sólo 300 mil años (600cm3, 900cm3 respectivamente). ¿Cómo puede ser esto posible?

Bueno pues el Homo habilis ("hombre habilidoso") se caracterizó por haber tenido la capacidad de elaborar herramientas a base de piedra. De esta forma, el homínido pudo obtener mejor alimento más fácilmente: cazaba animales, obteniendo un ingreso calórico mucho mayor al que obtenían sus antepasados al alimentarse en mayor parte de frutos o plantas. La diferencia entre estos alimentos está en su "densidad calórica"; mientras 100g de un vegetal nos proporciona cierto aporte calórico basado en carbohidratos y proteínas, la misma cantidad de carne aportaría mucha más energía basada en proteínas y grasas (con más del doble de aporte energético que proporciona un carbohidrato o una proteína). La evolución de la dentadura de estos individuos apoya la teoría. Los Australopithecus
poseían dentición particularmente especializada para alimentarse de toscas plantas: mandíbulas fuertes, crestas sagitales en el cráneo para el acoplamiento de fuertes músculos para masticar, molares recubiertos de una gruesa capa de esmalte. Mientras que la dentadura del Homo habilis era más delicada, no poseía crestas sagitales y sus molares eran más angostos a pesar de que su cuerpo era más grande, todo esto sugiere una dieta de carne en mayor parte.
Con esta dieta rica en calorías proporcionadas particularmente por las grasas, el homínido pudo mantener una capacidad craneana mayor en menos tiempo.



Siendo ya oficialmente carnívoros, nuestros antepasados cazadores debieron expandir su territorio para buscar más alimento, de forma que poco a poco iban colonizando nuevos lugares. Ya no se localizaban solamente en el continente africano sino que llegaban hasta Europa, China y la actual Indonesia, donde se han encontrado yacimientos de restos de especímenes de Homo erectus. La colonización del planeta comenzaba.
Junto con la progresiva expansión del cerebro se fueron desarrollando en los homínidos comportamientos sociales más complejos, de la misma forma que mejores tecnologías: herramientas de caza, utensilios para procesar mejor los alimentos, cocción de la comida, la ganadería, la agricultura; todas estas técnicas optimizaban la nutrición del ser humano y muchas de las cuales son utilizadas hoy en día.

Por último, un gran problema surge en los últimos tiempos: la sobrealimentación. Varios países industrializados poseen altas tasas de obesidad y junto con ellas altos índices de enfermedades relacionadas con el sobrepeso, esto ha producido un aumento de la mortalidad en esas poblaciones. Al parecer, el mismo método que nos llevó a poseer un volumen cerebral de 1400 centímetros cúbicos con el que fuimos capaces de dispersarnos por todo el planeta masivamente: desarrollar todo el conocimiento, cultura y tecnología que ahora poseemos, es lo que está provocando que seamos cada vez menos. El ser humano habrá que esperar qué tiene deparada la selección natural para el futuro, quizá algún momento seamos una especie extinta en los archivos del suelo terrestre que tuvo "el privilegio" de destruirse a sí misma, o tal vez nos convirtamos en un rústico homínido más en la línea evolutiva.

Redactado por: Roberto Vallejo


Para mayor información (referencia):

http://people.bu.edu/sobieraj/nutrition/EvolutionNutrition.html