El pasado sábado 9 de octubre el fallecimiento del doctor Jaime Jaramillo sorprendió a muchos en la Escuela de Biología de la PUCE; sobre todo considerando que apenas el día anterior lo habíamos visto riendo y gozando de una salud aparentemente espléndida. Fue rápido y fulminante, un paro cardíaco. Ocurrió coincidencialmente cuando apenas dos días antes había lanzado oficialmente su libro acerca de la Flora del Río Guajalito, obra que recopilaba cerca de 25 años de investigaciones botánicas. A algunos días de su muerte escribo este obituario, aunque reconozco no ser una de las personas más indicadas, para dar a conocer algunas cosas admirables de su persona. Jaime hizo un enorme bien a la ciencia ecuatoriana, acercando la biología a muchos aspirantes en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), y mostrándola como una actividad exigente, pero apasionante. Su legado, así como su carisma y su carácter frontal, directo y hasta irreverente difícilmente serán olvidados.
De lo poco que puedo recordar acerca de la hoja de vida de Jaime, se graduó como licenciado en Ciencias de la Educación con mención en Biología en la PUCE, obtuvo un M.Sc. en la Universidad de Aarhus y un doctorado en Biología en la PUCE. Manejó la Estación Científica Río Guajalito, donde se realizaron varias investigaciones a nivel nacional e internacional. Fue reconocido como uno de los mayores colectores de plantas en el país, con decenas de miles de plantas ingresadas en el Herbario de la PUCE. Participó en numerosas expediciones a lo largo del país en distintos sitios remotos, algunos no bien explorados en ese entonces. Varias nuevas especies de plantas fueron descubiertas y descritas por él; algunas llevan su nombre (eg. Guzmania jaramilloi). Últimamente se hallaba en trabajos de revisión taxonómica en la familia Elaeocarpaceae y apenas el 7 de octubre lanzó su libro sobre la Flora de la Reserva Florística Río Guajalito.
A Jaime lo conocí hace apenas 5 años, cuando fue mi profesor de Botánica I en la PUCE. La primera impresión no fue exactamente la que uno se esperaría frente a un inminente de la biología en el país. Entre sus lecturas, recuerdo que alguna vez hizo una extraña referencia a la fotosíntesis en los humanos: hay que reconocerlo, Jaimito no empleaba la mejor ortodoxia cuando se trataba de dictar sus cursos académicos. Sin embargo, también se debe reconocer que cuando se adentraba en su campo de experticia, la taxonomía botánica, no quedaba duda alguna de cuán bien dominaba el tema. La reciente charla del lanzamiento de su libro es hasta la fecha una de las más amenas y didácticas a las que he asistido en la facultad. La información que podía brindar acerca de una especie de planta en particular podía ser exorbitante, no sólo en cuanto a taxonomía, sino también en ecología, usos étnicos y hasta anécdotas personales. Su agudeza para la identificación de especies era una habilidad muy especial, hasta el punto que a veces había que hacer esfuerzos exhaustivos para seguirle el paso en las clases de Flora del Ecuador.
Fuera de lo académico, Jaime era todo un personaje. En cualquier piso del edificio de Ciencias Biológicas podía escucharse su estruendosa voz y sus constantes risas. Con ello, decía él, pretendía contagiar de entusiasmo a otros y acabar con muchas caras aburridas. No había una sola salida de campo que pase sin que usara sus característicos apelativos, de los que nosotros éramos las víctimas. “Cara de guatuso”, “cuarto de pollo”, o "espíritu maligno", provocaban las risas que nos distraían por un momento del fatigoso ejercicio de distinguir entre violáceas, fabáceas, moráceas, rubiáceas, cesalpinoideas, etc, etc. Pero a pesar de todo, uno sentía cierta comodidad para conversar con él sobre cualquier tema, que no necesariamente involucrase un taxón o a la fitogeografía de por medio. En medio de estas discusiones despuntaba con frases célebres como: “Sólo dos cosas hay que temer, las culebras en el monte y las mujeres en la casa”, o “El matrimonio es como el cholán (fabácea), al inicio flores y luego sólo vainas”. El hombre también tenía sus dotes de buen consejero; una de sus recomendaciones, que aquí viene muy al caso, era que porque precisamente la vida es una sola, hay que sacarle todo el provecho que se pueda. Es aquí y ahora, y no hay que buscar más oportunidad para pagar por nuestros errores o disfrutar de las gratas experiencias que se nos presentan. Simple y real. Jaime proyectaba un aire de haber vivido la vida a su estilo.
Las salidas de campo con él siempre serán memorables. Recuerdo que muchas de las zonas más especiales del austro ecuatoriano las conocí en una salida suya. Sitios de los que sólo había leído antes se me hicieron tan cercanos aquella vez: Cajanuma, Bombuscaro, Puyango, Macará, Alamor, Zapotillo, entre otros. Cada vez que llegaba a un lugar se emocionaba cuál niño con juguete nuevo; y creo que tal vez las salidas eran un pretexto para que podamos comprender esa emoción suya. Ahora he regresado más de una vez al Austro por motivos de mis investigaciones personales, y todavía saltan de forma automática en mi cabeza algunos nombres de plantas (Axinaea, hidrangeaceae, Drimys ecuadoriensis, Pouteria lucuma, Oreocallis grandiflora); es inevitable, como cuando la recapitulación de un sueño poco después de despertar trae memorias que uno las daba por borradas hace mucho.
Una de sus mayores cualidades podía ser vista como terquedad, necedad, o pasión. Al respecto, recuerdo cómo arrancaba una muestra de laurel negro cerca de Puyango, mientras una guía del Bosque le reclamaba temerosamente en baja voz, “señor, no puede cortar las ramas”, y aquél, obstinado, le respondía sin despegar la vista del árbol, “Ahh, esto es ciencia, ¡carajo!”.
Jaime era un tipo sencillo, trabajador y entregado profundamente a su ciencia y la docencia. Era una de esas personas que es mejor conocerlas en el campo, con el lodo hasta la cadera conversando sobre un tronco resquebrajado, en medio de una nube de mosquitos y después de haber pasado largo tiempo entre los matorrales. O alrededor de una mesa, con unas cervezas frías y unos especímenes esperados a ser descritos. Momentos de los que yo no puedo decir haber participado tanto como lo hubiese querido, en parte por mis distintos intereses de investigación. Talvez por ello no soy la persona más adecuada para redactar este obituario. Pero algo conocí de él, y además puedo decir orgullosamente que en un par de ocasiones depositó su confianza en mí persona permitiéndome que formara parte del equipo de asistentes en la salida introductoria a la biología de campo para los novatos de la carrera. Así que en cierta forma le estoy agradecido, y ello solamente constituye ya un motivo para dedicarle estos párrafos en el blog. Pero además, este escrito sirve también a otro propósito, cercano a la misión del Quinto Pilar. Ésta es la de mostrar que el científico también se engrandece en la práctica y el roce con su esfera social y humana. Personas como Jaime nos ayudan a destrozar la vieja idea popular del científico visto como un ser distante, frío y calculador que vive en una especie de limbo de las ideas donde dice ser dueño de una verdad dogmática. Esa imagen que muchas veces es usada como un escudo para hacer frente a las inseguridades personales no iba con él. Y aún así, no dejaba de ser uno de los botánicos más reconocidos en su campo. Al igual que muchos en la escuela de Ciencias Biológicas, espero que no se pierda su legado y de esta forma permanezca viva su memoria entre nosotros.
8 comentarios:
que bien carlitos en pocas palabras se recuerda tanto del jaime o que fue lo que es y lo que siempre sera un amigo profesor botanico e invetsigador grande master!!!
Nunca tuve la oportunidad de conocer a Jaime. Sin embargo, la descripción me trae a la mente: Poco a poco se irá dejando atrás la imagen paradigmática del científico ensimismado y perdido de la realidad; personas entregadas a la docencia y a su labor científica inspiran a los otros, no solo a buscar la verdad, sino también a maravillarse por la grandiosidad que los diferentes contextos de la vida presentan aquí y ahora.
Felicitaciones Carlitos has echo una muy buena reseña de nuestro querido Doctor Master. Creo que a más de ser un gran botánico, has dado a conocer muy bien su lado humano, cada vez que lo recuerdo sonrío, todos los momentos que vivi con este señor son momentos felices y de gratitud. Claro! no olvido la inspiración y la motivación que nos creo a aquellos que amamos la biología de campo, él es el recuerdo de un verdadero biólogo de campo amante de su Profesion!!
Muy buen Homenaje al queridísimo Master!!!! un Abrazo!!!
Que lindo lo que has escrito Carlitos! felicitaciones y gracias.. gracias porque entre anécdotas y memorias nos recuerdas al master tal y como era: un profesor y un amigo.
Este es un homenaje a mi estimado Doctor Master que siempre lo voy a recordar con alegría y una sonrisa!
MUCHAS GRACIAS A CARLITOS Y TODOS LOS QUE LE RECUERDEN CON CARIÑO Y GRATITUD A MI ÑAÑO JAIMITO QUE DIOS LES PAGUE EN ESTA MISMA VIDA Y LUEGO EN LA OTRA TENGAN SU RECOMPENSA
JAIMITO TE RECORDAREMOS CON INMENSO CARIÑO
TU ÑAÑITA FLORITA
solo ahora me entero de la muerte de Jaime - un querido profesor y un gran ser humano. Como todos las personas "especiales" el no te dejaba indiferente = o lo amabas o lo odiabas...! El tiempo siempre mostraba que por debajo de su comportamiento y de algunas de sus magistrales burlas se escondia una persona sensible, que observaba con atencion sea las plantas y la biodiversidad de nuestro pais sea las personas que encontraba. Solo una anecdota - un dia me pidio que le ayudara a su hijo a aprender un poco de flauta dulce; despues de una hora de trabajo con su hijo, sentados en el suelo de la sala de su casa, me di cuenta que Jaime nos observaba escondido en el corredor, con una gran sonrisa que nunca antes habia visto.
Wow...Como el tiempo vuela...
El me Enseno bastante
Y
No sabia
Hasta hoy dia
Cayo una Estrella
Le visite la ultima vez que andaba yo alli en el Ecuador
Las memorias y los suenos
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