Fluye con suavidad un hilo de agua en medio de las rocas. El sonar propio de ese fluir deleita los espíritus más rudos e imbuye a los oyentes de una paz maravillosa.
Que belleza la de la naturaleza, que hermosa armonía la del universo, que estado de perfección tan austero y caro para nuestros ojos es el amanecer o el ocaso del sol; como los colores de la noche se entremezclan con los primeros rayos blancos para crear ese rosa inspirador de creencias y religiones; como una llama roja que se extingue en el horizonte al oeste marca el principio de la noche.
Nosotros tenemos la dicha de apreciarlos, pero sin nosotros ¿seguirían ahí? Pues sí, no forman parte del entorno para nosotros, responden a fuerzas y mecanismos que a lo largo del tiempo se han instaurado para permitir que una armonía tal se establezca.
Nada de eso responde al principio de un creador, esa posibilidad es inapropiada…Para probar eso solo tenemos que ver alrededor de nuestro planeta: los hermanos solares Júpiter, Saturno, Venus…son igual de hermosos, un conjunto de casualidades los han puesto en su lugar, les han dado sus respectivas apariencias.
La suma de casualidades crea la armonía ideal pues las combinaciones más favorables son las que se mantienen y prevalecen. Existen en algunos lugares del universo los mismos ensayos de prueba y error que debieron a larga crear el mundo que conocemos: son estos ensayos agrupados bajo el nombre de selección natural los que a lo largo de nuestra corta existencia en la tierra nos han moldeado como lo que somos; y somos más grandiosos: los seres vivos dotados de entendimiento se han enfrentado a la casualidad y al azar para ser ellos quienes se gobiernen y gobiernen además su alrededor. Sobre este poder, los seres humanos gozan de una capacidad singular para encarar la casualidad y destronarla.
Así se enfrentan el joven contra el sapiente anciano: la razón que trata desmesuradamente de conocer para comprender y en última instancia reproducir o mejorar lo que le rodea; y la casualidad que con sus “prueba y error” infinitos termina escogiendo el camino más favorable y eficaz.
Pero el enfrentamiento es planeado, es fraguado pues ¿No es el joven desafiante otro producto del mecanismo infinito con el que el anciano crea el resto del universo?
Esto aparte, el joven tiene límites inquebrantables que se imponen como resultado de su propia armonía y de su capacidad; sin embargo es creativo y explota su recurso al máximo para que incluso con abstracciones atacar esa casualidad.
Así la mayoría de creaciones humanas no pueden ser consideradas simplemente como azarosas, responden al por qué de los autores que después de todo son también hombres. ¡Pero qué asombrosas creaciones!, ¡Qué armonía la que puede construir con la razón también el hombre!
Cuando luego de recorrer algunos kilómetros los ríos confluyen en una majestuosa cascada para caer 150 metros y continuar su curso dejando todo a su alrededor lleno de vida; así mismo los violines, los cellos, los vientos se conjugan con el coro de voces y confluyen en un mismo cauce para resonar con estruendo en el auditorio cuando se marca el último respiro de la novena sinfonía de Beethoven.
Que belleza la de la naturaleza, que hermosa armonía la del universo, que estado de perfección tan austero y caro para nuestros ojos es el amanecer o el ocaso del sol; como los colores de la noche se entremezclan con los primeros rayos blancos para crear ese rosa inspirador de creencias y religiones; como una llama roja que se extingue en el horizonte al oeste marca el principio de la noche.
Nosotros tenemos la dicha de apreciarlos, pero sin nosotros ¿seguirían ahí? Pues sí, no forman parte del entorno para nosotros, responden a fuerzas y mecanismos que a lo largo del tiempo se han instaurado para permitir que una armonía tal se establezca.
Nada de eso responde al principio de un creador, esa posibilidad es inapropiada…Para probar eso solo tenemos que ver alrededor de nuestro planeta: los hermanos solares Júpiter, Saturno, Venus…son igual de hermosos, un conjunto de casualidades los han puesto en su lugar, les han dado sus respectivas apariencias.
La suma de casualidades crea la armonía ideal pues las combinaciones más favorables son las que se mantienen y prevalecen. Existen en algunos lugares del universo los mismos ensayos de prueba y error que debieron a larga crear el mundo que conocemos: son estos ensayos agrupados bajo el nombre de selección natural los que a lo largo de nuestra corta existencia en la tierra nos han moldeado como lo que somos; y somos más grandiosos: los seres vivos dotados de entendimiento se han enfrentado a la casualidad y al azar para ser ellos quienes se gobiernen y gobiernen además su alrededor. Sobre este poder, los seres humanos gozan de una capacidad singular para encarar la casualidad y destronarla.
Así se enfrentan el joven contra el sapiente anciano: la razón que trata desmesuradamente de conocer para comprender y en última instancia reproducir o mejorar lo que le rodea; y la casualidad que con sus “prueba y error” infinitos termina escogiendo el camino más favorable y eficaz.
Pero el enfrentamiento es planeado, es fraguado pues ¿No es el joven desafiante otro producto del mecanismo infinito con el que el anciano crea el resto del universo?
Esto aparte, el joven tiene límites inquebrantables que se imponen como resultado de su propia armonía y de su capacidad; sin embargo es creativo y explota su recurso al máximo para que incluso con abstracciones atacar esa casualidad.
Así la mayoría de creaciones humanas no pueden ser consideradas simplemente como azarosas, responden al por qué de los autores que después de todo son también hombres. ¡Pero qué asombrosas creaciones!, ¡Qué armonía la que puede construir con la razón también el hombre!
Cuando luego de recorrer algunos kilómetros los ríos confluyen en una majestuosa cascada para caer 150 metros y continuar su curso dejando todo a su alrededor lleno de vida; así mismo los violines, los cellos, los vientos se conjugan con el coro de voces y confluyen en un mismo cauce para resonar con estruendo en el auditorio cuando se marca el último respiro de la novena sinfonía de Beethoven.
Escrito por: Vak
Fotografía por Vak: Cacada de San Rafael, Napo-Ecuador
No hay comentarios:
Publicar un comentario