miércoles, 25 de agosto de 2010

The Scientists, una revisión

Por: Carlos Antonio Rodríguez


La ciencia es una obra que demanda la participación de una sociedad para ser exitosa. El científico es un elemento clave, pero el individuo en sí mismo no es irremplazable. Como evidencia de ello se tienen los numerosos casos en que distintos equipos de investigación llegan independientemente a la misma conclusión sobre un tema en particular. Además, el patrocinio, acceso a tecnología, facilidad de comunicación, e incluso aceptación del público son otros factores que deben tomarse en cuenta en un enfoque integral del estudio de la ciencia. Sin embargo, aun con esto en cuenta, no está demás la publicación de libros que aborden el tema desde un punto de vista tradicional, basado en las biografías de los personajes más destacados en el ámbito, si es que son tan novedosos, sintéticos e interesantes como The Scientists. El libro, de la autoría del renombrado astrofísico y divulgador de la ciencia John Gribbin, es un tratado acerca del científico en sí mismo, más que de la ciencia; un compendio de numerosas vidas entrelazadas por lo que seguramente es unos de sus pocos puntos en común, “la obstinación apasionada por comprender las cosas”, parafraseando a Richard Feynman. En esta obra se demuestra cómo los ambientes social y psicológico tienen un efecto modelador en los científicos, y cómo ellos deben enfrentar las adversidades o aprovechar las circunstancias a favor para poder conducir sus estudios y difundir sus resultados. También nos muestra que lejos de ser un procedimiento aislado a cargo de un grupo de geniecillos, el descubrimiento de una instancia de la realidad se apoya en una larga trayectoria en la que participan una multitud de personas; algunos proponen la hipótesis que otros comprobarán, convirtiéndose en una teoría que luego, por enfoques más detallados realizados por otros, será refinada y refutada para ciertos ámbitos. En su expresión más motivadora, el libro es un homenaje a quienes buscan conocer la verdad por medio del método científico, guiados por la razón y la comprobación, sin la pretensión de encajar forzosamente sus resultados en una idealización no fundamentada del mundo; idealización que de ser destrozada por la ciencia, no eliminará del Universo nuevas fuentes de asombro, belleza y sobrecogimiento, y la oportunidad para expandir los límites del conocimiento.





Portada colorizada del libro Humanis Corporis Fabrica de Vesalio, 1543. Haz clic en la imagen para ver el tremendo detalle del grabado.



El relato inicia en el Renacimiento, a mediados del siglo XVI, con el violento giro que Copérnico propinó al complicado sistema geocéntrico del Universo, motivado por hallar un modelo más elegante de la “Creación”, el heliocéntrico. Mientras aquello ocurría en astronomía, médicos como Vesalio decidieron aventurarse a estudiar el cuerpo humano a través de la disección de cadáveres, y no conformarse con leer lo que un tal Galeno había escrito hace varios siglos, como era lo normal en la época. Resultado de este esfuerzo fue la publicación del Humanis Corporis Fabrica (del mismo año que De Revolutionibus de Copérnico, 1543), obra que es hito tanto en ciencia como en arte (varios de los dibujos grabados fueron realizados por un discípulo respetado de Tiziano). El ser humano había despertado de su letargo oscurantista, y ahora quería asumir la posta en el ejercicio de descubrir las bases de la realidad, luego de haber sido abandonada circunstancialmente por los antiguos griegos. Hombres prácticos, como Kepler y Galileo, desarrollaron métodos muy claros para confirmar las ideas de Copérnico, que podrían ser repetidos por cualquier persona con el suficiente tiempo e interés. Y en el camino, lo que descubrieron comprometió la imagen del Universo que en esos tiempos era dominada por la doctrina religiosa. Se abandonó la idea de la perfección de los cielos, la morada de “El Señor”, pero no sin traer tremendas repercusiones; en este punto la narración entra en un clímax al relatarse las peripecias que Galileo tuvo que sufrir frente a las autoridades de El Vaticano. Con este pasaje de la historia, uno podría regocijarse en el triunfo del método científico, reflejado en la severa preocupación de los jesuitas, o a indignarse por la pausa que debe sufrir la ciencia italiana debido a la condenación de sus ideas “herejes”. Afortunadamente, el liderazgo geopolítico en investigación pudo trasladarse a un sitio más alejado de la ineludible Santa Inquisición, al país de Enrique VIII. Mientras entre los entendidos la mística y la filosofía natural perdían peso, al igual que la inútil búsqueda de pruebas de la existencia de Dios mediante la demostración de la “perfección” de su creación, las investigaciones en física y matemática fueron consolidándose y ganando soporte; desembocaron en un estudio inaugural de la Ilustración: el Philosophiae Naturalis Principia Mathematica de Isaac Newton. El mundo es expuesto como un sistema regido por leyes fáciles de comprender, en la misma forma en que un reloj basa su complejidad en procedimientos simples y mecánicos. La ciencia clásica desarrolló nuevos ramales en la física y otros campos como la química, que hace su aparición en el siglo XIX, a merced del detrimento de la alquimia. Las nociones de límites del Universo en espacio y tiempo se amplían, preparando el campo para que surja la teoría que según George Gaylord Simpson representa la madurez de la humanidad como especie. El descubrimiento de la selección natural, comúnmente atribuido a Charles Darwin, demostró que no es necesario un enfoque místico, sobrenatural o teleológico para comprender cómo evoluciona la vida; y a modo de corolario, el principio también abarca al ser humano y por tanto lo destrona de su posición central en la naturaleza, como lo que ocurrió con la Tierra al aceptarse el modelo copernicano. La teoría sigue causando controversia entre los núcleos más conservadores de la sociedad occidental, pero en términos de poder explicativo es tan fuerte que, en palabras de Theodosius Dobzhansky, “nada en la biología tendría sentido si no es a la luz de la evolución”. Además, la teoría de la selección bien pudo haber sido un descubrimiento inevitable de la época, pues otro científico, Alfred Russel Wallace, llegó a la misma conclusión de forma independiente, aunque sin haber acuñado la misma cantidad de evidencia que Darwin.




Un experimento en un ave usando una bomba de aire, de Joseph Wright de Derby, óleo, 1768. Me recuerda mucho a Robert Boyle y sus experimentos en el vacío; a pesar de haber sido anterior en casi un siglo a este cuadro.


Fue durante la ilustración que la ciencia dejó de ser un pasatiempo reservado para gente de la crema y nata; ahora se podía optar por dedicarse a ella como una carrera profesional. En un simpático ejemplo del entrelazamiento de los personajes en la historia, Thomas Huxley, un científico cercano a Darwin, fue indispensable en esta transición en Inglaterra. A la par que el número de investigadores activos iba en aumento, se elaboraron nuevas teorías acerca del electromagnetismo y la química de los átomos. Con las ecuaciones de Maxwell se completó un importante capítulo en la ciencia clásica, que de todas formas continuó rompiendo paradigmas hasta ya bien entrado el siglo XX, con la famosa teoría de la derivada continental, aceptada en los 60`s. A partir de entonces se abrieron nuevas rutas en la ciencia, hacia el reino de lo incierto y lo indeterminable. Era típico que los límites de la realidad se buscaran en lo enrome y descomunal, en el espacio sideral; sin embargo, fue en la escala de lo muy pequeño donde se presentaron los mayores desafíos en la física del siglo XX. Una nueva disciplina surgió para pretender darles un final, la mecánica cuántica, y junto a ella la ciencia moderna empezó a desligarse de paradigmas de la física clásica y a desafiar al sentido común. En este contexto, Albert Einstein mostró que entidades siempre entendidas como distintas, la materia y la energía, son en realidad dos caras de la misma moneda. Lo mismo con las ondas y las partículas. El espacio y el tiempo como marcos de referencia dejaron de ser absolutos. Y más sorprendente aún es que esto que parece ser sacado de una suerte de alucinación, ¡funciona!, y, ¡casi a la perfección! De hecho, el experimento más preciso de la historia es justamente la comprobación de un principio de la electrodinámica cuántica (QED), registrándose un error del 0,00000001%. El conocimiento de lo que ocurre dentro del átomo permitió comprender eventos a escala estelar, como por ejemplo la formación de los elementos químicos en el corazón de las estrellas. Lo gracioso, y curioso a la vez, es que la vida, desde un punto de vista netamente químico, se compone de aquellos elementos que se predeciría que se formen en elevadas frecuencias en el Universo. En biología, el descubrimiento del ADN, y su forma de doble hélice, le debe al entendimiento del mundo cuántico. El avance actual de la ciencia permite que sea posible relatar, aunque a grosso modo, una historia real del Universo que abarca sus orígenes, expansión, formación de estrellas, púlsares, galaxias, planetas, asteroides, y, entre otras cosas, del sistema natural más complejo conocido: la vida, en constante estado de evolución.

El libro está plagado de anécdotas muy interesantes, algunas triviales y otras trascendentales. Se rebaten pasajes famosos de la historia, como cuando Newton menciona la popular frase de los hombros de gigantes, supuestamente en acto de humildad. Sin embargo, existe la posibilidad de que Newton haya escrito aquello refiriéndose a Robert Hooke, un científico tan talentoso que llegó a causar la envidia de Newton hasta el punto de haber querido borrar su nombre e imagen de la historia; Newton dijo de Hooke, quien de por sí era pequeño de estatura, que no hubiera alcanzado sus logros si no se hubiese parado “sobre hombros de gigantes”. Pero por si el lector tiene alguna duda acerca de la veracidad de estos relatos, puede consultar el extenso catálogo bibliográfico que Gribbin pone a consideración al final del libro.

Gribbin no descuida ni una sola generación, desde Copérnico hasta la actualidad. Imprime cuidado al narrar la formación académica, procedencia social y conexión con otros científicos de cada uno de sus escogidos. De esta forma, la típica imagen arquetípica del científico que tiene la mayoría de gente es destrozada y mandada a volar; aquella en la que se lo considera como un sujeto retraído, obsesivo-compulsivo, geniecillo, loco, frío, calculador y hasta perverso (¿Quién no ha dejado de escuchar la clásica frase “juegan a ser Dios”?). Es verdad que hay quienes podrían haber encajado dentro de este esquema, como Isaac Newton, o Henry Cavendish. Éste último, conocido por haber utilizado la balanza de torsión para calcular el peso de la Tierra y dejado en herencia el fondo económico con el que se construyeron los Laboratorios Cavendish, hacía ciencia sólo por satisfacción personal: no llegó a publicar muchos de sus descubrimientos, los cuales fueron redescubiertos y acreditados a otros. Su estilo de vida era muy formal y metódico: cumplía perfectamente con sus horarios para la comida y el trabajo; casi siempre cenaba lo mismo, pierna de carnero y usaba el mismo traje durante varios días, cambiándose tan solo cuando llegaba a desgastarse (y eso a pesar de haber sido uno de los hombres más acaudalados de Inglaterra). Hay relatos graciosos acerca de Henry en cuanto a su relación con las mujeres; al presentarse una bella dama, él, con la mirada baja, se cubría los ojos y salía huyendo despavoridamente. Por otra parte, existieron científicos como Benjamín Tompson, Conde de Rumford, que llevaron vidas dignas de relatarse en el celuloide al estilo James Bond. Rumford, contemporáneo a Cavendish, provino de una familia pobre norteamericana; pasó una buena parte de su juventud trabajando como espía para los ingleses en tiempos de la Revolución. De ahí fue a vivir a Inglaterra, donde formó un regimiento militar, convirtiéndose en Coronel. Decidió probar suerte en el continente, y utilizando recursos diplomáticos llegó a vivir en Munich, Babaria (Alemania) y se convirtió en la mano derecha del Elector de ese estado. Hay una historia simpática de Rumford en la época en que Francia y Austria libraban batallas en la Europa de inicios del siglo XIX. Rumford no se hallaba en Munich por aquel entonces, pero recibió mensajes de sus amigos de la nobleza anticipando un buen porvenir a su retorno; persuadido, Rumford decidió retornar, para darse cuenta de que había sido usado como chivo expiatorio ya que dichos amigos de la nobleza habían huido de la ciudad por el inminente peligro que tenía ésta de ser sitiada ésta por los ejércitos franceses y austriacos. Sin embargo, todo le salió bien a Rumford; logró demorar cualquier conflicto bélico entre los ejércitos hasta que los franceses tuvieron que retirarse para ayudar a un batallón que sufría un grave ataque en otro sitio, a orillas del Río Rin. Rumford fue considerado un héroe, y sumó más condecoraciones a su extensa lista. ¡Y ni hablar acerca de las mujeres!, a Rumford nunca le faltaron, y hasta tenía para compartirlas con el Elector de Babaria. Y a pesar de ello, sus contribuciones no son menos importantes que las de muchos otros científicos: además de tecnificar al ejército inglés, realizó estudios acerca de la convección y presentó evidencia que desacreditaba el tradicional modelo de la sustancia calórica y mostraba al calor más bien como una forma de vibración. La mayoría de científicos se encuentran en algún punto intermedio de estos personajes “extremos”, evidencia de que cualquier persona, sin importar su condición social o psicológica, con la formación académica adecuada, en la hora y lugar precisos, podría haber dejado escrito su nombre en el salón de la fama de los eruditos del conocimiento.

Ninguna biografía estaría completa sin mencionarse el entorno social en el que se desarrolló el personaje. Por ello Gribbin se dedica brevemente a narrar la odisea histórica que atravesó Europa en los últimos cuatro siglos. La exploración de colonias americanas, la influencia política del Vaticano en Italia, las revueltas inglesas entre royalistas y puritanos, las revoluciones independentistas de América contra Inglaterra, la Industrialización, la Revolución Francesa, el Imperio Napoleónico, las Guerras Mundiales, la Guerra Fría, entre otros, son eventos que afectaron directamente a miles de personas, incluidos los científicos. El científico no puede desligarse mezquinamente de su entorno social, de ello puede depender el éxito de sus investigaciones. Por ejemplo, sin el auspicio de la corona inglesa no se hubieran logrado lograron los epopéyicos avances en Astronomía de la época de Newton, que culminaron en la elaboración de catálogos detallados de la esfera celeste; hoy en día esos catálogos son los mapas de donde parten los estudios que buscan comprender los orígenes del Universo, o, en una forma más coloquial, son las guías para localizar astros en noches despejadas en campamentos con amigos, o en una cita en plan de conquista, ;-). Ahora, otro tema es el de que el verdadero interés de la corona inglesa era el perfeccionamiento de métodos de navegación naval, con propósitos bélicos. Hay muchos otros ejemplos de asociaciones entre quienes buscan conocimiento por el simple placer de encontrarlo, y quienes, bajo el sentido utilitario de la industria; así sucedió en el caso del descubrimiento del oxígeno en medio de una investigación para mejorar la calidad de la bebida alcohólica de cerveza. Pero eso sí, hay que aclarar uno no pueda desarrollar investigación en centros especializados sin fines de lucro, como los que deberían proveer las universidades y centros de estudios avanzados.



Curiosamente, al desligarnos de nuestra preconcepción acerca del Universo; al abandonar la idea de la perfección de los cielos, nos hemos topado con una realidad más diversa y compleja de lo que se imaginaba. Imagen: Nebulosa "Monte místico", tomada por el telescopio Hubble.


Finalmente, al mostrarnos la faceta humana detrás de la ciencia, The Scientist facilita el trabajo de acercarnos a ella de forma más íntima. Es imposible leer el libro sin que se vengan a la mente incógnitas que han sido ya planteadas en el pasado, e incluso respondidas mediante investigación. Y cuando uno lee los métodos utilizados para hallar estas resoluciones, queda una profunda apreciación del esfuerzo colectivo empleado: vidas enteras, en varios casos, dedicadas a resolver lo que posiblemente se puede revisar tranquilamente en un curso semestral en la Universidad, o en una tarde ojeando una buena revista. Para aquellos que lean al libro y no sean científicos, será de inmensa ayuda para que comprendan que si bien el desarrollo de la investigación puede tener sus sesgos subjetivos, porque después de todo es una actividad humana, la ciencia es una búsqueda de verdades que son objetivas; y para aquellos que lo sean, servirá como un incentivo para que sigan con sus aspiraciones de contribuir al conocimiento de la realidad. Seguramente, la existencia de libros cómo éste propiciará que sigan existiendo los cambios de paradigmas, destrozando viejas ideologías cuando sea necesario, para encarar de forma lúcida a la realidad.

Nota: Si bien The Scientist es acerca de la historia de la ciencia y sus personajes más destacados, no es un libro de introducción a la ciencia. Si bien se dedica un buen número de páginas a explicar teorías importantes, se lo hace de un forma muy resumida, sólo lo necesario para avanzar con la historia. Si es del interés del lector esclarecer estos conceptos, yo recomendaría que busque otras fuentes (para ello se puede recurrir a libros de Isaac Asimov, Carl Sagan, Carl Zimmer o del mismo Gribbin, pero en otro contexto).

The Scientists no es un libro acerca de la historia de la ciencia, ni de los científicos, en su totalidad; solo abarca el lapso de tiempo desde que se vienen realizando importantes investigaciones hasta la actualidad; los egipcios, babilonios, griegos, mayas, entre otras, son civilizaciones que de una u otra forma también tuvieron sus etapas de desarrollo científico (aunque no tan avanzadas como la actual), que lamentablemente no están cubiertas por The Scientists. Es importante en temas de historia un enfoque integral, que no solo abarque las biografías de personajes importantes. La difusión del conocimiento, el apoyo social y económico, entre otros, son temas importantes a tomar en cuanta. The Scientists provee un trato a estos temas en forma general, de igual forma que lo hace con la descripción de teorías y leyes científicas; sin embargo, se podría recomendar aquí también la revisión de otras fuentes.

The Scientists, y muchos otros libros interesantes de ciencia, pueden ser conseguidos en Amazon.com.




1 comentario:

Anónimo dijo...

La ciencia no es algo a lo que se pueda referir en situaciones o personajes particulares, es una disciplina que comprende el aporte consecutivo de varias generaciones, incluyendo el contexto en el que se desarrollan, este libro parece relatar todo esa relación entre generaciones de científicos, aporte y su contexto contexto a pesar de no abarcar mucho sus descubrimientos. Muy buena reseña del libro espero algún momento leerlo.