lunes, 20 de septiembre de 2010

La madre de todas las ciencias??


Por: Carlos Antonio Rodríguez



Difícilmente hubiese existido un mejor impulso para la ciencia moderna que el estudio de las estrellas y planetas. Con sus movimientos tan fáciles de predecir y elucidar, no es de sorprender que aquellas civilizaciones de la antigüedad que dedicaron tiempo a la Astronomía, como los mayas, hayan hecho cálculos tan precisos que pueden ser considerados válidos aún en la actualidad. Desde el tiempo Galileo bastaron apenas otros 200 años para llegar a tener un catálogo estelar bastante completo de los astros visibles a simple vista, o con ayuda de un telescopio de acceso público, y elucidar el movimiento de los cuerpos del sistema solar conocidos hasta entonces, incluidos todos los planetas. Por ejemplo, sabemos que la Luna estará completamente llena el 23 de septiembre a las 4:17 en Ecuador, o que habrá un máximo de eclipse total de luna el 21 de diciembre a las 3:16 con 57,1 segundos (¡¡así de preciso!!, compruébelo por usted mismo).
Al igual que en muchas otras actividades intelectuales, la ciencia trabaja en base a paradigmas; particularmente, con paradigmas que pueden ser sostenidos con evidencias. Estos sirven para orientar la generación de hipótesis o las predicciones que se hacen a partir de ellas para ser puestas a prueba. Uno de los paradigmas más frecuentemente invocados es la existencia de regularidades que permiten explicar de forma racional varios fenómenos en la naturaleza. Ejemplos hay de sobra: los patrones rítmicos de los EEK asociados con distintos estados de conciencia en la mente humana, la distribución de la biodiversidad en el mundo en función de humedad y temperatura, el alineamiento de volcanes en zonas de fallamiento sísmico, la oscilación de las mareas en relación al ciclo lunar, relaciones estoiquiométricas de conservación de masa y energía, etcétera, etcétera. Sin embargo, ya sea por efecto de perspectiva o complejidad, no siempre uno puede apreciar estos patrones sin antes llevar a cabo estudios exhaustivos para descubrirlos. Ello puede enmascarar la simplicidad sistemática de las causas potenciales y producir la ilusión de que muchos ámbitos de la realidad son insondables e incomprensibles. En varias culturas ancestrales se ha recurrido a la impredecible psicología de supuestos demiurgos para dar explicaciones temporales.
¿Qué habitante del medioevo, o moderno creyente de supersticiones, se atrevería a decir que el clima es tan solo el efecto de la transferencia de calor en la atmósfera, impulsado por la convección, radiación solar, movimientos de traslación y rotación, oblicuidad del eje de la Tierra y relaciones de intercambio energético con la superficie terrestre? La explicación con mayor acogida se refería al temperamento irritable de un Dios con sede en el cielo, o tal vez en la cima de un monte alto. La razón verdadera puede quedar oculta por la falta de conocimientos, visualización del problema o indagación del individuo en cuestión. Pero en sí mismo, el problema del clima conlleva un elevado grado de complejidad. Tomemos el caso de la formación de una nube, por ejemplo. Sabemos que un buen método casero de predicción se basa en el uso del barómetro; si la presión atmosférica baja drásticamente, es posible que una corriente ascendente de aire que lleve humedad a un sitio más frío de la atmósfera, donde se condensará para formar una nube. Pero muchas veces eso también depende de otros factores, como la presencia de núcleos de condensación, la humedad relativa en el aire, la orientación de las corrientes de viento, la presencia de barreras geográficas de flujo atmosférico que no son visibles desde una localidad en particular, entre otras. Es más, hasta ahora no se conoce del todo cuáles son las causas por las que se forman las nubes. Existe tanta interferencia en el sistema climático, que muchas veces no se pretende predecir con exactitud el clima en un momento y región determinados, sino los patrones a gran escala; y ello puede suponer estudios exhaustivos a lo largo de varios años y en distintos sitios del globo. ¿Pero cómo aventurarse si desde el inicio no se tiene un fuerte indicio de que la búsqueda de esta regularidad será una empresa fructuosa?
Para complicar un poco más el problema de la búsqueda de un orden natural sistemático, ha quedado demostrado que el ser humano durante mucho tiempo no necesitó de toda la ciencia que poseemos en la actualidad para sobrevivir. Si se trata se enfrentarse a las adversidades del mundo, por ejemplo, ha bastado con que el miedo nos aleje instintivamente de ellas, sin cuestionarnos acerca de su naturaleza. Así, una enfermedad psiquiátrica no es nada más que un demonio interno, o una erupción volcánica, la cólera de un Dios que no ha recibido su cuota de sacrificios. Claro que muchas veces no se puede simplemente escapar del problema, y puede resultar mejor prevenir en situaciones de bonanza que esperar a que lleguen las vacas flacas. Pero si la doctrina dominante te impide hacer los debidos cuestionamientos, ¿Cómo puedes osar a la profesión herética de descubrir el mundo en base a la razón y sentido común? Justamente una buena escapatoria para este y el anterior dilema es el acceso a una instancia de la realidad que nos induzca de forma clara y sin mayor complicación al conocimiento de este orden natural. La astronomía representó este boleto de salida; pues difícilmente una sola persona durante un período corto de su vida podría llegar a encontrar algo más “ordenado” que el movimiento de las luminarias celestes. Rodeo en comillas a este calificativo porque no creo que se aplique en mayor medida a los astros, puesto que las leyes que los rigen son las mismas para todo lo que habita en el Universo, incluidos nosotros mismos; es solo que el orden derivado de dichas leyes es más evidente en este caso. Tal vez aquello se deba a que los cuerpos celestes se encuentran tan dispersos en el vacío que se hace más fácil estudiar sus mecánica por separado, y analizar la influencia física que tienen los unos sobre los otros. Pero además, la astronomía tiene su appeal en lo místico y sagrado; y en resumidas cuentas, si se descubre que hay una regularidad que no obedece a una ley divina, sino puramente física, en las altas esferas celestiales, ¿por qué no lo habría de haber en planos más terrenales? El telescopio fue uno de los primeros inventos cuya precisión fue incrementada durante el Renacimiento; cuando los científicos hubieron encontrado un indicio seguro acerca del orden mecánico del Universo, empezaron a encontrar efectos del mismo en la atmósfera con ayuda del termómetro y el barómetro, en las “transmutación” de las sustancias con balanzas y mecheros, la electricidad con pilas voltaicas y hasta en la vida con experimentos de calorimetría y respiración. Pero fue en la astronomía donde se halló un refugio inicial para fomentar la curiosidad científica y la pasión por la precisión; no por una simple coincidencia muchas figuras eruditas en la ciencia del Renacimiento y la Ilustración tuvieron interés en astronomía.
Carl Sagan en su libro Cosmos discute las posibilidades de desarrollar ciencia en hipotéticos habitantes de un planeta como Venus. Ahí la atmósfera es muy turbulenta, con espesas brumas de ácido sulfúrico y vapor de agua. Sagan razona que al no poder tener acceso a la observación del firmamento astral, y encontrarse en un mundo caótico y sumamente complejo, realmente es poco probable que se forje una civilización que pretenda explorar las leyes básicas que rigen la naturaleza. Uno pudiera replicar que en cierto ambiente pudiera gestarse una forma de vida capaz de comprender su mundo, pero ello implicaría un desarrollo más avanzado que el que nosotros tenemos como especie, y por tanto sería un evento mucho más raro en el Universo. Además, talvez ni siquiera nos fuera posible comunicarnos con estas entidades. En todo caso, si nosotros, Homo sapiens, hubiéramos vivido en Venus, es posible que la predicción de Sagan sea cierta. Vale discutir también cuál fue el papel de lo místico en este caso: y si nunca hubiese existido este velo sagrado en torno a los astros, ¿Los habríamos estudiado con tanta pasión?, ¿Habríamos trasladado este precepto de desmitificación científico a otros ámbitos de la realidad? Son preguntas para abrir un buen tema de discusión en la mesa.

1 comentario:

Vakdaro dijo...

Ciertamente un gran tema de conversación!!! Indudablemente los individuos de ese supuesto planeta se demorarían mucho en encontrar un objeto de estudio diferente al espacio que les ofrezca regularidad y predictibilidad; sin embargo, no dudo que lo encontrarían. Un ejemplo de regularidad podría ser la vida y la muerte, en esta dicotomía clásica, empezaría su ciencia...