sábado, 23 de octubre de 2010

La sabiduría: una visión personal


Cuando era niño, la palabra sabiduría me traía a la mente imágenes de "grandes hombres" que estaban al alcance de mi conocimiento: Jesús, Ghandi, etc; personajes que en la educación que recibí (y que supongo muchos recibieron) resaltan como hombres de bien que establecieron cánones de organización y comportamiento, y cuyo legado nos ha llegado hasta hoy. Sin embargo, hay un problema terrible con esta concepción precaria de la palabra, está plagada de demasiada inocencia, la misma que a uno le lleva a pensar: "yo también quiero ser un hombre sabio". Conforme pasan los años se hacen evidentes los sesgos de ese concepto infantil.

La sabiduría, es una propiedad que trasciende de las nociones básicas de comportamiento de un individuo, va más allá de sus conceptos morales y éticos, y necesariamente se relaciona con la forma de entender e interactuar con el prójimo, especialmente se relaciona con esto último.

Para empezar, podemos decir que la sociedad, entendida como aquello fuera de la persona, es la única que puede acuñar este adjetivo, la razón es la siguiente: Un individuo no puede denominarse sabio a sí mismo, hacerlo implica la destrucción del concepto, esto porque la afirmación de "soy un sabio" se presenta como una afirmación poco sabia, vanidosa; entonces la frase se convierte en evidencia de falta de sabiduría. En la "Apología de Sócrates", Platón hace una referencia prodigiosa a este tópico, nos presenta a un Sócrates desesperado por probar que la única razón que le hacía más sabio que ningún otro ciudadano griego era su declaración y aceptación de no serlo ("Solo sé que nada sé").

Sócrates bebiendo la cicuta. En el libro "Historia de los griegos", Indro Montanelli nos brinda una descripción elocuente del suceso en el que Sócrates decide morir como mártir por su delito: enseñar a pensar al pueblo griego


Dado que la sociedad identifica a sus sabios, cabe decir que aquello que tiene a su disposición y puede juzgar para decidir quién es o quién no, es la conducta del individuo, pues todos los otros atributos del mismo le están vedados. Podríamos decir que la conducta de una persona es el reflejo de su forma de pensar y de su personalidad, esto en un modelo ideal, pero dicho modelo está muy alejado del real; en ese caso, la conducta solo podría ser una ficción de lo que un individuo es en verdad, y la sociedad solo analizaría esta falsa imagen virtual, por tanto estaría juzgando como sabio al depravado, y viceversa; pero no puede optar por otro camino.

Además, cuando la sociedad observa a un individuo acumulando grandes cantidades de conocimiento, o haciendo descubrimientos científicos en pro de la comprensión última del universo, no lo identifica como sabio. La búsqueda de conocimiento y la obtención del mismo no implican sabiduría porque no son comportamientos aplicados al beneficio del prójimo. Incluso aquellos científicos que en este preciso momento están tratando de descubrir mejores fórmulas alimenticias o mejores tratamientos de agua potable, pese a estar utilizando la ciencia en beneficio de toda la sociedad, tampoco van a ser vistos como sabios.

Los tópicos analizados anteriormente son los que determinan que el "comportamiento social" sea el aspecto de consideración único. Así, el individuo primeramente tiene que hacer una transformación de su comportamiento natural con los demás; transformación que la sociedad pueda identificar como positiva para los demás y para él mismo. Esto es un desafío ambiguo. Planteemos un ejemplo. Si existe una terrible discusión entre miembros de un grupo social con relaciones de amor, amistad, respeto, etc, entre ellos; si empiezan a ofenderse el uno y el otro, sabio será quien pese a los insultos recibidos no tome una actitud ofensiva a la par, sino más bien quien medie por la solución del problema. No debería guardar rencores, ni tomarse los insultos o las ofensas en serio, su actitud sería relajada pero lo suficientemente grave como para imponer una solución positiva sin manejar opciones contrarias como responder a los oprobios, abaldonar, etc; para lo cual necesita una actitud que se encuentre entre la indiferencia y la importancia del problema.

En un ejemplo parecido, pero en un contexto social que no tengan que ver con relaciones cohesivas sentimentales, digamos, una pelea callejera por tráfico de drogas, aquel que tome esta actitud en vez de pasar por sabio, pasará por estúpido. Peor aún, si Platón hubiese cedido a la petición de compasión de su esclavo, hubiese pasado por un pésimo ciudadano y hubiese sido reducido al mismo nivel de esclavitud. En estos casos, si bien la mediación por la solución de un problema, o ceder a la confrontación son necesarios, se ven totalmente restringidos por aspectos incontrolables por parte del individuo: la situación emergente de la pelea y el contexto histórico social de la esclavitud griega; otra prueba más del matrimonio indisoluble de la sabiduría y la sociedad.

En última instancia, la propia fisiología cerebral presenta una restricción a la sabiduría. Nuestras reacciones negativas frente a una situación están determinadas por nuestra capacidad de identificarla como perjudicial para nuestra integridad. En un sentido psicológico la ofensa, la humillación, el oprobio, son todos desencadenantes de sistemas de defensa en la psique humana. Estos estímulos están mediados por la misma región cerebral que regula la repuesta al miedo (considerado como un factor de estrés): la amígdala. Aquellos pensamientos, o situaciones en los que la respuesta está mediada por esta estructura, tienen la capacidad de crear vías neuronales de memoria con una respuesta más rápida que aquellos circuitos que se crean a través del análisis pausado de una determinada situación; esto tiene una importancia evolutiva crucial: aquellos individuos que aprenden a identificar más rápidamente que el estímulo negativo es malo y se alejan de ese estímulo van a sobrevivir de mejor manera que aquellos que tratan de reflexionar sobre las características del objeto que emite ese estímulo; esto sucede puesto que, si ese objeto es (si pensamos en nuestro cerebro hace 45 mil años) un depredador, la lentitud es la muerte. Esta lentitud, sin embargo, en un panorama social actual, es esencial para la determinación de sabiduría, algo que se entiende a priori por el dicho "pensar, antes de actuar".
La amígdala es parte del sistema límbico, un sistema cerebral encargado de la respuesta fisiológica frente a los estímulos emocionales.

Sin embargo, si bien los estímulos negativos a los que nuestra psicología se ve enfrentada no nos van a causar la muerte o una lesión orgánica evidente, si van a mermar nuestras opciones de desenvolvimiento futuro. Si alguien es ofendido, es una repuesta mucho más espontánea y acorde con nuestro comportamiento devolver el insulto; permitir que sigamos siendo insultados es una opción irrisoria (...presentar la otra mejilla es irrisorio...) y va a ser visto como tal por la sociedad, misma que, catalogando como "incapaz" al que en realidad está actuando con sabiduría, lo va a discriminar y sus oportunidades de desenvolverse en un ámbito social se van a ver disminuidas.

Estos análisis nos llevan a una coyuntura funesta, si nuestra respuesta natural a los sucesos estresantes está determinada por nuestro cerebro a ser negativa, la situación social y el contexto histórico, y la capacidad juzgadora de la sociedad en general son los condicionantes para construir la sabiduría, en realidad vale la pena ser sabio? Esta es una respuesta muy personal. Ahora creo que ese deseo infantil de querer ser sabio solo respondía al deseo básico de todo niño de ser reconocido y querido por sus padres. Más bien, la sabiduría se me presenta como una opción circunstancial en la cual mi actitud frente a los hechos va a determinar cierto curso para la resolución de los mismos; como es una opción, dependerá necesariamente de múltiples parámetros, muchos de los cuales no estarán bajo ningún contexto en mi control, por lo tanto, el ser “sabio” será un apelativo extremadamente relativo a un momento y jamás generalizable a la globalidad de una persona en el tiempo.

Escrito por: Vakdaro (Daniel Romero)

miércoles, 13 de octubre de 2010

Obituario: Jaime Lucio Jaramillo (1944-2010)

Por: Carlos Antonio Rodríguez (el Señor Pajarito)


El pasado sábado 9 de octubre el fallecimiento del doctor Jaime Jaramillo sorprendió a muchos en la Escuela de Biología de la PUCE; sobre todo considerando que apenas el día anterior lo habíamos visto riendo y gozando de una salud aparentemente espléndida. Fue rápido y fulminante, un paro cardíaco. Ocurrió coincidencialmente cuando apenas dos días antes había lanzado oficialmente su libro acerca de la Flora del Río Guajalito, obra que recopilaba cerca de 25 años de investigaciones botánicas. A algunos días de su muerte escribo este obituario, aunque reconozco no ser una de las personas más indicadas, para dar a conocer algunas cosas admirables de su persona. Jaime hizo un enorme bien a la ciencia ecuatoriana, acercando la biología a muchos aspirantes en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), y mostrándola como una actividad exigente, pero apasionante. Su legado, así como su carisma y su carácter frontal, directo y hasta irreverente difícilmente serán olvidados.


De lo poco que puedo recordar acerca de la hoja de vida de Jaime, se graduó como licenciado en Ciencias de la Educación con mención en Biología en la PUCE, obtuvo un M.Sc. en la Universidad de Aarhus y un doctorado en Biología en la PUCE. Manejó la Estación Científica Río Guajalito, donde se realizaron varias investigaciones a nivel nacional e internacional. Fue reconocido como uno de los mayores colectores de plantas en el país, con decenas de miles de plantas ingresadas en el Herbario de la PUCE. Participó en numerosas expediciones a lo largo del país en distintos sitios remotos, algunos no bien explorados en ese entonces. Varias nuevas especies de plantas fueron descubiertas y descritas por él; algunas llevan su nombre (eg. Guzmania jaramilloi). Últimamente se hallaba en trabajos de revisión taxonómica en la familia Elaeocarpaceae y apenas el 7 de octubre lanzó su libro sobre la Flora de la Reserva Florística Río Guajalito.


A Jaime lo conocí hace apenas 5 años, cuando fue mi profesor de Botánica I en la PUCE. La primera impresión no fue exactamente la que uno se esperaría frente a un inminente de la biología en el país. Entre sus lecturas, recuerdo que alguna vez hizo una extraña referencia a la fotosíntesis en los humanos: hay que reconocerlo, Jaimito no empleaba la mejor ortodoxia cuando se trataba de dictar sus cursos académicos. Sin embargo, también se debe reconocer que cuando se adentraba en su campo de experticia, la taxonomía botánica, no quedaba duda alguna de cuán bien dominaba el tema. La reciente charla del lanzamiento de su libro es hasta la fecha una de las más amenas y didácticas a las que he asistido en la facultad. La información que podía brindar acerca de una especie de planta en particular podía ser exorbitante, no sólo en cuanto a taxonomía, sino también en ecología, usos étnicos y hasta anécdotas personales. Su agudeza para la identificación de especies era una habilidad muy especial, hasta el punto que a veces había que hacer esfuerzos exhaustivos para seguirle el paso en las clases de Flora del Ecuador.


Fuera de lo académico, Jaime era todo un personaje. En cualquier piso del edificio de Ciencias Biológicas podía escucharse su estruendosa voz y sus constantes risas. Con ello, decía él, pretendía contagiar de entusiasmo a otros y acabar con muchas caras aburridas. No había una sola salida de campo que pase sin que usara sus característicos apelativos, de los que nosotros éramos las víctimas. “Cara de guatuso”, “cuarto de pollo”, o "espíritu maligno", provocaban las risas que nos distraían por un momento del fatigoso ejercicio de distinguir entre violáceas, fabáceas, moráceas, rubiáceas, cesalpinoideas, etc, etc. Pero a pesar de todo, uno sentía cierta comodidad para conversar con él sobre cualquier tema, que no necesariamente involucrase un taxón o a la fitogeografía de por medio. En medio de estas discusiones despuntaba con frases célebres como: “Sólo dos cosas hay que temer, las culebras en el monte y las mujeres en la casa”, o “El matrimonio es como el cholán (fabácea), al inicio flores y luego sólo vainas”. El hombre también tenía sus dotes de buen consejero; una de sus recomendaciones, que aquí viene muy al caso, era que porque precisamente la vida es una sola, hay que sacarle todo el provecho que se pueda. Es aquí y ahora, y no hay que buscar más oportunidad para pagar por nuestros errores o disfrutar de las gratas experiencias que se nos presentan. Simple y real. Jaime proyectaba un aire de haber vivido la vida a su estilo.


Las salidas de campo con él siempre serán memorables. Recuerdo que muchas de las zonas más especiales del austro ecuatoriano las conocí en una salida suya. Sitios de los que sólo había leído antes se me hicieron tan cercanos aquella vez: Cajanuma, Bombuscaro, Puyango, Macará, Alamor, Zapotillo, entre otros. Cada vez que llegaba a un lugar se emocionaba cuál niño con juguete nuevo; y creo que tal vez las salidas eran un pretexto para que podamos comprender esa emoción suya. Ahora he regresado más de una vez al Austro por motivos de mis investigaciones personales, y todavía saltan de forma automática en mi cabeza algunos nombres de plantas (Axinaea, hidrangeaceae, Drimys ecuadoriensis, Pouteria lucuma, Oreocallis grandiflora); es inevitable, como cuando la recapitulación de un sueño poco después de despertar trae memorias que uno las daba por borradas hace mucho.


Una de sus mayores cualidades podía ser vista como terquedad, necedad, o pasión. Al respecto, recuerdo cómo arrancaba una muestra de laurel negro cerca de Puyango, mientras una guía del Bosque le reclamaba temerosamente en baja voz, “señor, no puede cortar las ramas”, y aquél, obstinado, le respondía sin despegar la vista del árbol, “Ahh, esto es ciencia, ¡carajo!”.


Jaime era un tipo sencillo, trabajador y entregado profundamente a su ciencia y la docencia. Era una de esas personas que es mejor conocerlas en el campo, con el lodo hasta la cadera conversando sobre un tronco resquebrajado, en medio de una nube de mosquitos y después de haber pasado largo tiempo entre los matorrales. O alrededor de una mesa, con unas cervezas frías y unos especímenes esperados a ser descritos. Momentos de los que yo no puedo decir haber participado tanto como lo hubiese querido, en parte por mis distintos intereses de investigación. Talvez por ello no soy la persona más adecuada para redactar este obituario. Pero algo conocí de él, y además puedo decir orgullosamente que en un par de ocasiones depositó su confianza en mí persona permitiéndome que formara parte del equipo de asistentes en la salida introductoria a la biología de campo para los novatos de la carrera. Así que en cierta forma le estoy agradecido, y ello solamente constituye ya un motivo para dedicarle estos párrafos en el blog. Pero además, este escrito sirve también a otro propósito, cercano a la misión del Quinto Pilar. Ésta es la de mostrar que el científico también se engrandece en la práctica y el roce con su esfera social y humana. Personas como Jaime nos ayudan a destrozar la vieja idea popular del científico visto como un ser distante, frío y calculador que vive en una especie de limbo de las ideas donde dice ser dueño de una verdad dogmática. Esa imagen que muchas veces es usada como un escudo para hacer frente a las inseguridades personales no iba con él. Y aún así, no dejaba de ser uno de los botánicos más reconocidos en su campo. Al igual que muchos en la escuela de Ciencias Biológicas, espero que no se pierda su legado y de esta forma permanezca viva su memoria entre nosotros.

jueves, 30 de septiembre de 2010

La naturaleza de la verdad científica

Desde que se fundó este blog, se han publicado un sinnúmero de artículos dedicados a los temas que nuestra carta de presentación (o sea la columna derecha del blog) exalta: “ciencia, arte, filosofía y religión”. Cuando un lector de cualquier parte del mundo lee cuál es el contexto histórico real de Robin Hood, tiene todo el derecho de alegar que la publicación está dotada de muchas falacias. Aquel que lea que los neandertales y los homo sapiens pudieron reproducirse en determinado punto, podría afirmar que es una barbaridad. Sin embargo, podemos asegurar que lo que aquí se publica trata en suma medida de hacer valer el concepto de verdad, no solo por la seriedad con la que se realizan las investigaciones respectivas para los diferentes temas sino por lo que representa el concepto de “rigor científico”.


Cuando se trata de ciencia, inevitablemente se trata de aquellas hipótesis corroboradas con métodos experimentales que tienen la cualidad de ser reproductibles. Aquel que hace ciencia tiene como “imperativo categórico” ciertos parámetros que le llevan al descubrimiento de los hechos, el primero de ellos es el de evitar dar falso testimonio. Con mucho esfuerzo y dedicación, se podría publicar en una revista catalogada de científica (Science, Nature, Cochrane) un ensayo sobre un tema ridículo, con tanta valía (dotándole de caracteres experimentales y evidencia fácilmente montada) que, pasando los filtros de detección de la verdad, pasare por cierto por aquellos que lo leyeran; entonces la población pudiese tenerlo presente como un hecho real y afirmarlo con la respectiva cita, en el caso de nuestro blog dirían: “lo leí en el Quinto Pilar”.


Si bien esto puede suceder, no es lo común, el científico hace una especie de pacto inviolable con la declaración de los hechos que comprueba, este muro se levanta del mismo modo que cualquier otro esquema de la moral solo que tiene como objetivo un fin, podría decirse, más elevado: la divulgación del hecho descubierto podría cambiar profundamente la forma en la que se concibe el mundo por parte de la sociedad, no se trata simplemente de evitar hacer daño a alguien (como el manifiesto moral de no robar), se trata de una dinamia profunda de conceptos. Este principio es lo que se ha venido por llamar rigor científico y hace de la palabra “rigor” lo que significa para el hombre de ciencia la búsqueda de la verdad, una lucha constante por entender los mecanismos de función de la naturaleza.

Johannes Kepler deseró de su visión "geométrica" del universo por sus observaciones; en ellas cambia el sagrado círculo por la imperfecta elipse en pos de sus observaciones

Este mismo concepto, puede ser el gestor de una problemática gravísima que se gesta en nuestra época; Isaac Asimov ya pregonó, en uno de sus muchos escritos, este futuro desolador: La ciencia como nueva religión. El génesis de esta situación radica en la aceptación dogmática de los mandatos científicos sin la participación de la duda. Muchísimas veces lo que hacemos, al leer un documento catalogado como científico es aceptarlo, ese es el paradigma de la transformación de la ciencia en religión. Hacemos que el artífice del descubrimiento y cómplice del cambio, LA DUDA, sucumba. De hecho, este problema tiene una hermandad cerrada con muchos otros: el aluvión de información; la velocidad con la que esta información aparece, se modifica, se obsoletiza y vuelve a aparecer; la disponibilidad de acceso a información confiable…para afirmar que un hecho es veraz con certeza, hay que hacer todo un trabajo de entreveramiento intelectual.


Para darnos cuenta de este problema podemos plantear un ejemplo. ¿Cuántos de nosotros aceptamos que el espacio-tiempo es una red intrincada que se deforma como si fuera una gran sábana, por la presencia de una esfera imperfecta, que en ámbitos estelares sería la tierra?; sin embargo, todos nosotros reconocemos a Albert Einstein como un visionario en el campo de la física que revolucionó nuestra concepción del mundo, de hecho así es como lo hizo!!!. El problema se acentúa porque las teorías de Einstein no son una experiencia de todos los días, y esa cuestión hace que sus preceptos se sigan llamado teoría.


Para que una teoría deje de ser teoría y se transforme en ley, tiene que poder ser vista, corroborada por los sentidos directamente; mientras esto no suceda, todas las pruebas que le confieren un grado de certeza son indirectas. Otro ejemplo está en la evolución natural de las especies, es muy difícil poder observar cambios macroscópicos en los organismos, la negación actual de la teoría es irrisoria porque la cantidad de evidencia que la apoya es descomunal, sin embargo no deja de ser una teoría.


He ahí la importancia de la interacción del intelecto individual y el flujo de información. El lector, en condiciones perfectas, debe, para completar cualquier obra, hacer de su lectura una experiencia transformadora, y para esto, que mejor que someter la información recibida al juicio implacable del sentido común. Ahora, es bastante difícil salir a la calle e imaginar que con cada pisada estamos deformando el espacio-tiempo, lo que podemos hacer es tratar de enterarnos de la teoría y, con una consulta adecuada de la evidencia experimental, corroborar aquello que más cercanamente sea fiel a la verdad. De este modo, la duda renace y el intercambio “riguroso” de información ser productivo en el origen de nuevas ideas.


A fin de cuentas, la verdad es sumamente relativa, pero la ciencia es la herramienta por antonomasia que nos permite acercarnos a ella.


Escrito por: Vakdaro (Daniel Romero)

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Frase inspiradora...

"Los científicos se han vuelto los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda por el conocimiento" Stephen Hawking y Leonard Mlodinow, The Grand Design.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Una revisión a la "tragedia"

Escrito por: Daniel Romero-Álvarez (@vakdaro)

"La esencia de la tragedia dramática no es la infelicidad. Su solemnidad reside en el inevitable curso de las cosas {...} Esta inevitabilidad del destino solamente puede ser ilustrada en términos de la vida humana por incidentes en los cuales se involucre la infelicidad. Es sólo a través de ellos que la inutilidad de escapar puede hacerse evidente en el drama" -Whitehead-

Con esta definición de tragedia, Garret Hardin, se involucra en un cuantioso análisis del bien común en su artículo clásico, The tragedy of de commons, publicado por primera vez en 1967. Ya en esa época, estaba claro el problema que representa la propiedad pública, y a lo largo de sus letras nos presenta un camino directo hacia el desastre en todas aquellas actividades en las que la sociedad no tiene restricciones: la contaminación, las reservas naturales, los recursos globales, etc. Esto debido a la condición natural del hombre. De los muchos ejemplos que pone el artículo uno que ejemplifica al máximo el suceso es el siguiente:

Existe una pradera llena de recursos donde ha llegado el hombre ha instalarse. Luego de haberse ubicado en determinado sitio, empieza la explotación del mismo. Cada uno de los recién llegados tiene una parte del terreno y por ende una parte de los recursos, por un tiempo, eso está bien. Luego llegan más personas a la misma pradera y como todos tienen el mismo derecho a la vida, a una vivienda, a la alimentación, etc, se instalan en otros lugares. Dado que todos quieren vivir largo tiempo, y que sus generaciones perduren por siempre (nadie piensa en vivir plenamente individualmente...), la idea de compartir el terreno les lleva a apropiarse de mayores pedazos de tierra en su propio beneficio. Todos los habitantes van a empezar a sobreexplotar los recursos de este sector; a la larga, la ambición individual de cada uno (y "cada uno" aumenta con cada recién llegado) va a convertir el otrora idílico terreno en un desierto sobrepoblado, sobreexplotado con habitantes hambrientos y desesperados; el bien común fue destrozado.
En este mismo ejemplo, podríamos encontrar una solución. Que tal si los habitantes fuesen sabios y prudentes y evitarán apropiarse de áreas que no les corresponden. Necesariamente las personas que piensen de este modo tendrían que ser sabias. Mirar a su alrededor aquello que pueda traerles más beneficio y no aprovecharlo en nombre del bienestar póstumo de todos los habitantes de la región es algo que implica mucha reflexión. Si todos pensaran así, podrían vivir con lo necesario (no con el exceso) largo tiempo sin destruir el bien común. Lamentablemente basta que uno solo piense de forma distinta para que empiece a aprovecharse del recurso y tilde a los otros de estúpidos; obviamente no va a ser uno solo dado que el número de sabios y prudentes es bajo hasta en las mejores sociedades (de 10 unos 3 son sabios), por tanto esta idea no es una solución.



Santa Cruz del islote, Colombia, la isla más densamente poblada (1200 personas por hectárea), un ejemplo de la tragedia

Aparte de que los habitantes sean sabios, debería existir otra condición para evitar el desastre: no deberían llegar más personas a este lugar. Para que esto suceda, no debería haber más personas...sin embargo:

"La Declaración Universal de los Derechos Humanos describe a la familia como la unidad natural y fundamental de la sociedad. Por tanto, cualquier elección y decisión con respecto al tamaño de la familia debe irrevocablemente ser tomado por la propia familia, y no puede ser tomada por nadie más"

Lo que nos lleva a otro aspecto de la tragedia. La libertad que la población tiene de reproducirse a sus anchas es una de las consecuencias desastrosas de que la reproducción sea un bien común. Restringir esa libertad sería irse contra la ONU y los derechos humanos, algo que debería hacerse, o por lo menos plantearse. Sin embargo, hablar de los sesgos de la declaración de los derechos humanos es un taboo. Para abordar el tema, debemos recordar que la declaración fue puesta en vigencia en 1948 cuando el derroche pasional global de emociones por los genocidios de la segunda guerra mundial nos llevó a establecer preceptos importantes sin la objetividad necesaria del asunto. El exceso de población que hoy por hoy abarrota cada rincón es un anticipo del apocalipsis malthusiano que viene de por medio.


El planteamiento de Thomas Malthus es que el crecimiento exponencial de la población no se equipara al crecimiento aritmético de la producción de alimentos.

Para finalizar, el autor propone soluciones que están en vigencia en determinados aspectos como la propiedad privada. Esta solución se plantea en el contexto de estrategias que limiten el libre acceso de todos evitando definitivamente a cierto grupo y por tanto evitando el exceso; en este caso, el sacrificio (pagar una multa por ejemplo), si bien es molestoso, asegura el bien común. A esta propuesta el autor la llama "coerción mutua" y es necesaria puesto que, en sus palabras, "la injusticia, es preferible al caos total".

Ahora, el artículo presenta una narración fluida y su estructura goza de un carisma particular; sin embargo, puede presentar ciertos rasgos que el lector puede identificar como falaces. Podría decirse que los ejemplos utilizados son muy sencillos y que no abarcan el aspecto más generalizado del asunto; podría decirse, también, que el autor espera una solución moralista, lo que transformaría su análisis en una mera lección de valores.

Personalmente, esta visión cruenta me permite mirar alrededor con una resignación irónica, desde los ejemplos más risorios hasta los más complicados la lucha del individualismo humano nos lleva indefectiblemente a consumir para siempre, primero los recursos, y después a nosotros mismos.

A su disposición dejo el artículo: