Por: Carlos Antonio Rodríguez
Si a una persona se le diese el don de la inmortalidad, al principio no sería distinta a cualquier otra persona. Estaría rodeado de amigos, familiares, compañeros, de una esfera social completa. Luego, con el pasar del tiempo, se daría cuenta que la gente es ahora prescindible en su vida, y van desapareciendo, ya sea porque deban emprender un viaje, ya sea porque fueron olvidados después de una placentera charla acompañada de un estimulante ambiente, la luz, la música, las paradojas de la vida... y simplemente no se pudo volver a verlos. O también porque al igual que esos estimulantes y el ambiente, las personas son pasajeras y tienen un período que culminar en el mundo; pero para nuestro sujeto, incluso el mundo es tan solo una idea pasajera. Entonces sufriría por sentirse abandonado, por la pérdida irreparable de sus amigos cercanos. Para encontrar sosiego y consuelo se alegraría con el alumbramiento de las nuevas generaciones. Jugaría con los niños y sonreiría con los tiernos infantes inocentes de cualquier vicisitud mundana. Ellos crecerán, y aquel podrá reemprender sus proyectos inconclusos, debido a la futilidad de las vidas de quienes antes lo acompañaban. Al amigo que conoció en un pueblo de una bahía pesquera en Inglaterra ahora lo encuentra en un golfo sudamericano, con las mismas ideas y aspiraciones, sólo que con un cuerpo e historia genealógica distintas. Comprendería que son los pensamientos los que sobrepasan al individuo, los primeros saltan de cuerpo en cuerpo, de persona en persona.
Harto de este devenir se da cuenta que ya no refleja el mismo interés por las personas, pues ya ha conocido bastante sobre ellas. Cuando alguien le hace una pregunta acerca de sus viajes, él demora tranquilamente semanas o incluso años en contestarla. La rutina del contacto humano extrapolada a cientos de lustros lo ha convertido en un apático. De hecho, ya no reconoce rostros, tan solo transeuntes, todos moviéndose agitadamente por darle movimiento a los miembros de los leviatanes que construyen. El inmortal estuve presente en el centro de una plaza durante décadas, más de una generación lo vio y pensó que se trataba de un monumento; una suerte de hiperrealismo que refleja el climax de la vanidad humana. Pero en realidad él no es de piedra, todavía se mueve, pero tiene todo el tiempo del mundo, y no le importa si en lo que se demora en levantar un dígito toda una vida ejemplar acontece a su alrededor.
Se siente sólo, y decide interactuar. Fija su mira en un organismo más perenne. Ahora le habla a la ciudad. Desde la nueva perspectiva adquirida se trata de una amiba inteligente, dinámica e interactiva. Él le pregunta, "Oye, ¡¿Cómo estás?!", la ciudad le dice, "Bien gracias, tratando de sobrevirir a esta década". ¿Cómo ocurre esto?, muy fácil; la ciudad no le responde en el instante y no lo hace directamente. Él lanza la pregunta y espera una respuesta; la presume. Observa durante el transcurso de un década cómo la ciudad se mueve y desarrolla y a partir de ello él deduce la respuesta. Una década es para él menos que un segundo, así que bien podría decirse que le habla al ciudad y ella le habla a él (a fin de cuentas, ¿Qué certeza tenemos de que al hablar a otras personas éstas nos responden directamente?). Ella es su única compañía; sin embargo él comprende que su organización se basa en un sistema intranscendente, y algún día deberá morir. Desde su postura simbológica se ha intrometido tanto en el crecimiento de la ciudad que ella le acompaña a dónde el vaya, le obedece y de vez en cuando se resiente cuando siente que ha sido olvidada. Ella es su perrito faldero. Pero llega el día en que sus miembros ya no sienten el rigor del aire y ella ya no escucha el llamado de su amigo. Él le provee de sepultura, y prepara las exequias. ¿Cuánto tiempo se necesita para que un solo hombre entierre una ciudad?, no importa si son siglos, aquel tiene todo el tiempo del mundo. (Continuará....)
Escrito por: Cetrero
1 comentario:
Muy interesante tú artículo. Claro si el tiempo es una quinta dimensión y alguien tiene poder sobre él, al no ser afectado por él sería algo como un dios. I poco a poco las entidades alrededor suyo perderían relevancia. Serían como modas pasajeras cada vez con menos trascendencia en la psiquis de esa persona. Me imagino que con el tiempo esa persona llegaría a tener tanta sabiduría que lo material tendría poco interés para él y viviría en mundos nuevos espirituales creados por su imaginación.
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