Luego de comprender de somera forma la intención primordial de la apreciación artística he llegado a la conclusión de que existe un método universal inherente a toda la humanidad para apreciar las formas.
Esta conclusión llegó al lugar donde confluyen mis ideas porque sin querer crucé por el proceso del que ahora tengo conciencia parcial. Y llegó tras leer los clásicos más accesibles a todo el mundo, los más leídos y los menos comprendidos: La Iliada y la Odisea.
La forma de apreciar a estos y a cualquier obra artística varía dependiendo de la persona calificadora, pero el conocimiento del contexto de la obra es un requisito primordial para cualquier forma de apreciación respetable. Si bien es cierto, muchos criterios difieren pero no sin ninguna razón aquellos dos clásicos son considerados los poemas épicos más importantes de la historia.
No hay ninguna duda en que el interés propio juega un papel determinante a la hora de querer conocer o no un trabajo; pero lamentablemente nadie nunca se ha dedicado a enseñar a apreciar. El entorno, la sociedad, la familia, nos dan una lección pobre: si te gusta, te gusta; sino, no. Dicha lección se acompaña de su respectiva justificación, fundamentada en la despreocupación generacional por dicha enseñanza y la vagancia intrincada en el diario vivir. Es como que ahora solo se gastara tiempo en cumplir con los deseos más animales, más viscerales; y esto ocurre porque cumplir con estos deseos no implica ningún tipo de esfuerzo. Por ejemplo, uno de los deleites contemporáneos, con una larga trayectoria de existencia, es mirar televisión. Dejando a un lado las producciones merecedoras de aplausos, aproximadamente el 90% de la programación no es más que repeticiones cada vez más vistosas de un mismo tema (novelas). Pero obviamente ¿qué esfuerzo propone el acostarse en la cama a “disfrutar” de la vista?
Son contados los que se dan cuenta de las ventajas de la apreciación profunda, entre muchas otras una satisfacción multiplicada por algo que tuvo un gusto inicial y (personalmente la más importante) la fijación más duradera de determinada forma en la memoria. Al menos en el caso de los poemas épicos antes mencionados una lectura ligera de los mismos no permite al lector ni la comprensión completa de la obra, ni el recuerdo veraz de sus partes apoteósicas que pueden estar en cualquier sitio del inextricable mundo que proponen.
Para estas fechas (veinte años de amargura sin nombre) la mayor parte de personas, por orden de los respectivos programas de literatura para la enseñanza, han leído la Odisea…todavía interrogo esperanzado: ¡Salve padre huésped! ¿Qué numen te ha inspirado a cruzar el vinoso ponto para encontrar la patria tierra? Nunca encuentro respuesta más allá de la sonrisa.
Una obra de arte es como una especie de laberinto tramposo: tiene varios caminos de salida, algunos tan sencillos de atravesar que para el especialista no valen la pena y otros tan nudosos que son un reto, que implican esfuerzo y que salir de ellos provoca tal satisfacción que el recuerdo de las experiencias vividas dentro del mismo les acompañan el resto de los días.
Como ya mencioné, uno de los grandes problemas de mis congéneres radica en el erróneo concepto del gusto, la dicotomía molesta del “si me gusto” y “no me gusto”. Esta apreciación de la estética con carencia absoluta de profundidad se vuelve inocua, inconcebible y, personalmente, desechable.
¿Cómo uno puede dedicarse a leer un libro si la recomendación se limita al “Me gusto mucho” o en su defecto “tiene un buen mensaje”?
El concepto de “el mensaje de la obra” puede quedar relegado a un segundo plano si se busca más bien el “objetivo de la obra”. La diferencia crucial entre ambos es que el mensaje de la obra puede ser tranquilamente dependiente del ánimo imperante del observador de una pintura al momento de mirarla. El objetivo mas bien se centra en el significado real de determinado simbolismo; implica el querer especular en el “¿qué quiso decir?” una pregunta de respuesta imposible sino se acompaña con el “¿quién era?”, “¿por qué lo quiso decir?” y “¿cuándo lo quiso decir?”…
Esta conclusión llegó al lugar donde confluyen mis ideas porque sin querer crucé por el proceso del que ahora tengo conciencia parcial. Y llegó tras leer los clásicos más accesibles a todo el mundo, los más leídos y los menos comprendidos: La Iliada y la Odisea.
La forma de apreciar a estos y a cualquier obra artística varía dependiendo de la persona calificadora, pero el conocimiento del contexto de la obra es un requisito primordial para cualquier forma de apreciación respetable. Si bien es cierto, muchos criterios difieren pero no sin ninguna razón aquellos dos clásicos son considerados los poemas épicos más importantes de la historia.
No hay ninguna duda en que el interés propio juega un papel determinante a la hora de querer conocer o no un trabajo; pero lamentablemente nadie nunca se ha dedicado a enseñar a apreciar. El entorno, la sociedad, la familia, nos dan una lección pobre: si te gusta, te gusta; sino, no. Dicha lección se acompaña de su respectiva justificación, fundamentada en la despreocupación generacional por dicha enseñanza y la vagancia intrincada en el diario vivir. Es como que ahora solo se gastara tiempo en cumplir con los deseos más animales, más viscerales; y esto ocurre porque cumplir con estos deseos no implica ningún tipo de esfuerzo. Por ejemplo, uno de los deleites contemporáneos, con una larga trayectoria de existencia, es mirar televisión. Dejando a un lado las producciones merecedoras de aplausos, aproximadamente el 90% de la programación no es más que repeticiones cada vez más vistosas de un mismo tema (novelas). Pero obviamente ¿qué esfuerzo propone el acostarse en la cama a “disfrutar” de la vista?
Son contados los que se dan cuenta de las ventajas de la apreciación profunda, entre muchas otras una satisfacción multiplicada por algo que tuvo un gusto inicial y (personalmente la más importante) la fijación más duradera de determinada forma en la memoria. Al menos en el caso de los poemas épicos antes mencionados una lectura ligera de los mismos no permite al lector ni la comprensión completa de la obra, ni el recuerdo veraz de sus partes apoteósicas que pueden estar en cualquier sitio del inextricable mundo que proponen.
Para estas fechas (veinte años de amargura sin nombre) la mayor parte de personas, por orden de los respectivos programas de literatura para la enseñanza, han leído la Odisea…todavía interrogo esperanzado: ¡Salve padre huésped! ¿Qué numen te ha inspirado a cruzar el vinoso ponto para encontrar la patria tierra? Nunca encuentro respuesta más allá de la sonrisa.
Una obra de arte es como una especie de laberinto tramposo: tiene varios caminos de salida, algunos tan sencillos de atravesar que para el especialista no valen la pena y otros tan nudosos que son un reto, que implican esfuerzo y que salir de ellos provoca tal satisfacción que el recuerdo de las experiencias vividas dentro del mismo les acompañan el resto de los días.
Como ya mencioné, uno de los grandes problemas de mis congéneres radica en el erróneo concepto del gusto, la dicotomía molesta del “si me gusto” y “no me gusto”. Esta apreciación de la estética con carencia absoluta de profundidad se vuelve inocua, inconcebible y, personalmente, desechable.
¿Cómo uno puede dedicarse a leer un libro si la recomendación se limita al “Me gusto mucho” o en su defecto “tiene un buen mensaje”?
El concepto de “el mensaje de la obra” puede quedar relegado a un segundo plano si se busca más bien el “objetivo de la obra”. La diferencia crucial entre ambos es que el mensaje de la obra puede ser tranquilamente dependiente del ánimo imperante del observador de una pintura al momento de mirarla. El objetivo mas bien se centra en el significado real de determinado simbolismo; implica el querer especular en el “¿qué quiso decir?” una pregunta de respuesta imposible sino se acompaña con el “¿quién era?”, “¿por qué lo quiso decir?” y “¿cuándo lo quiso decir?”…
Escrito por: Vak
1 comentario:
Hay una pregunta un poco inquietante al respecto. ¿Puede considerarse que a fin de cuentas el lector, o espectador, experimentado utiliza otodos estos recursos descriptivos que pueden reducirse a si le gustó o no la obra? Yo creo que no. Pero traigo a consideración esto ya que hay muchas personas que critican de esta forma la supuesta pedantería de ciertos críticos. El problema tal vez radique en que aquellas personas no conocen este grado de apreciación artístico. En cierta forma decir la opinión que se tenga de una obra involucra que uno mismo se convierta en un artista a pequeña escala mostrandose creativo en el discurso crítico. ¿Qué ventajas trae esto?, ¡muchas!, la discusión de este tipo nos ayuda a filtrar (que no es lo mismo que tener mente cerrada) la información que nos rodea y llegar a un objetivo claro. En este sentido, el arte no solamente tiene la función de presentarnos un esquema sobre la realidad, sino también de vivirlo. Pero, claro, Vak, no te indignes si no encuentras este elemento en la sociedad, ni atques a alguien simplemente porque no ha sufrido una experiencia determinada; muchas personas van por ahí haciendo caso de los que otros digan sin formar su criterio, y no podemos hacer mucho para evitarlo. Pero también es posible hallar aquellos hartos de estar metidos en esta cueva platónica y que desean encontrar algo más allá del umbral. Hay mucho que discutir acerca del tema del gusto por el arte, esta es una breve y muy corta opinión mía sobre los temas que has expuesto.
Publicar un comentario