lunes, 8 de marzo de 2010

Teogonía


La creencia en la existencia de un dios o dioses, al parecer, ha estado con el ser humano desde el principio de sus tiempos como ser social. Se han estudiado diversas culturas adoradoras de la naturaleza y del espacio aún antes de saber, a ciencia cierta, lo que éste era; como es el caso de los Mayas, los cuales adoraban dioses celestes, fenómenos atmosféricos y a los elementos. Se han encontrado incluso que los Neandertales ya enterraban a sus muertos hace 95000 años, y dibujos que datan de hace 30000 a 35000 años, en cavernas en Europa de seres mitad humano, mitad animal. Pero, ¿cómo se puede explicar la gran diferencia de estos dioses en las diferentes creencias? , o tal vez más importante aún: ¿cuáles son las semejanzas entre estas diferentes creencias? Y, ¿qué podrían tener en común esas creencias con las religiones actuales y el desarrollo del ser humano?

El ser humano, como especie desarrolló comportamientos que significaron para el mismo su evolución como dominante del planeta Tierra: su habilidad para desarrollar herramientas y la capacidad para transmitir éste conocimiento a sus semejantes. De esta forma, y desde ese momento, el hombre pudo explorar la naturaleza fenómeno tras fenómeno, desarrollando cada vez mejores herramientas para facilitar y garantizar de mejor manera su supervivencia; y, obviamente, de esta maravillosa capacidad en la especie. Sin embargo, el alcance de sus herramientas tuvo un límite por lo cual siempre existió algo que el cerebro del ser humano no pudo entender, aunque eso no lo detuvo para intentar explicarlo, tal vez dándole una sensación de seguridad al pretender conocerlo. En este aspecto, parecería que nuestra especie no es muy diferente actualmente.
A pesar de que en nuestra sociedad ya existen religiones bien fundamentadas, podemos darnos cuenta que generalmente, en las más populares, la fe es un modo de omitir esos vacíos a los que nuestra mente no puede llegar, llenándolos con una explicación atribuida a una deidad. Incluso al no poder explicar más allá de los límites que nuestra propia mente nos pone, la creencia en un dios omnipotente, omnipresente e inexplicable (más allá de la tradición y la fe), es capaz de ofrecernos aquella sensación de control de nuestras propias vidas fuera de la voluntad propia, además de la esperanza de un “más allá” también inexplicable pero necesario haber un miedo al final inminente de nuestra existencia. El ser humano de modo innato tiende a dar a un evento desconocido una razón producida por otro ser.

Así pues, no es de extrañarse que exista un dios antropomórfico, no es y no ha sido el único. Y tampoco es raro afirmar que: el ser humano ha sido el que ha creado dioses a su imagen y propia semejanza, atribuyéndoles no sólo sus características físicas sino también aspectos psicológicos (ira, venganza, amor, etc.) de acuerdo a las características también de la sociedad donde se crean, incluyendo sus ideales.
Es muy importante mencionar además, que estos dioses que fundamentan las religiones son necesariamente “creencias sociales” que permiten comunicar y compartir la cultura de un pueblo al resto.

Podemos decir que el hecho de que el ser humano crea en un dios es una “necesidad” que le otorga cierta pasividad frente a la angustia que produce su naturaleza ambiciosa (aunque en algunos casos, sencillamente, perezosa), de desear conocer y controlar las cosas. También que nuestros dioses son representaciones de los ideales culturales de una sociedad, así como de su historia y costumbres. Individualmente representan también gran parte de nuestra ética y nos guía a dar a nuestra vida el sentido que le damos, aparte sólo influye el control que decidamos atribuirnos a nosotros mismos o dejárselo a una causa “sobrenatural”. Debido a éstas creencias es que tenemos una civilización como la actual, y es la razón por la cual nos diferenciamos de las demás especies del planeta. Así que, debemos dar gracias a nuestra naturaleza, nuestra evolución, a ese azar de sucesos que ha logrado que en cierto momento desarrollemos deidades que sean las “autoras” de nuestro actual destino; debemos agradecer la existencia de los dioses. Deberíamos dar gracias a Dios.

Referencia:
“On the Origin of Religion”, Elizabeth Culotta, SCIENCE, nov 2009.

Redactado por:
Rob

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tenemos miedo. Aceptémoslo o no. Tenemos miedo y mucho. Es ese funcionalidad secundaria. Cuando selectivamente se instauró el pensamiento racional (por decirlo de alguna manera) en las poblaciones, no estaba en el plan que la capacidad sensorial y perceptiva sea tan basta para captar incertidumbres inextricables. No queremos caer en esa incertidumbre porque quedamos expuestos al vacío; sentiríamos el martillazo sublime de una realidad cruel ubicua en vacuidades. Hay que hacer algo con el temor: o aceptarlo o corregirlo o taparlo. ¡Qué gran ilusión!...