Por: Carlos Antonio Rodríguez (Cetrero)
Tuve una máquina. Nadie conoce bien cuál es en última instancia su función; por el momento sé que movía unos pistones que echan a andar un sistema de tracción muy peculiar. En ciertos momentos parecían son patas, a veces ruedas, e incluso salen unas alas. Pero los verdaderos componentes de este mecanismo eran solamente 4 tubos flexibles que pueden moverse en muy distintas formas; y es por esto que a veces parecían patas, ruedas o alas, pero eran sólo figuras que nacen de la correcta armonía del movimiento de los tubos. Había una caja negra que almacena algún misterio en la máquina; sea lo que sea estoy seguro que ahí residía el centro de control del artilugio. Conectando la caja y el eje principal del sistema de tracción había un cable que transmitía un fluido. Hubieron tardes en que me deleitaba observando como fluía aquello, tan viscoso como una resina; el cable era semitransparente y uno podía ver claramente cómo se bombeaba el líquido. A pesar de su espesura, nunca había visto una sola vez en que haya habido congestión. Es como si alguien le diera pequeños empujoncitos desde adentro, y luego se hace cada vez más difícil el fluir y ahí más bien parecen masajes. Esta sensación de equilibrio (de no ver un chorro potente dea agua ni tampoco un espeso grumo de aceite), y la del masaje, es lo que produce en mí el deleite en contemplar el cable. ¿Para qué será? Todo el esfuerzo dirigido hacia un único punto en la maquinaria; un esfuerzo que produce armonía y coordinación.
Un día, vino un amigo a contarme que había encontrado un cable similar tirado en algún punto del desierto. Vi pues la manguerita, con el aceite solidificado en su interior. Me sugirió que intentara cambiarle el cable de mi máquina por este otro, sólo a ver qué pasa. La idea me pareció repulsiva; ¿Cómo iba yo a cambiar ese membrana tan fresca y jóven, por esa maltrecha manguera?. Me dejó con el cable como un obsequio, y luego prosiguió su camino. Yo me quedé, como siempre, contemplando el oscilante andar de mi extraña posesión. Esta idea de cambiar el cable fue algo que siempre me abordó. Pasé mucho tiempo pensando cómo iría a hacerlo, si siempre pasaba activa; además, no quería yo comprometer alguna pieza clave en el sistema. Comprendí que primero debía hacer que disminuya su actividad; hacerla que transite por un terreno donde ella no busque esforzarse tanto. Así que fui experimentando varias cosas; graba, arcilla, lodo, agua, brasa caliente, y no lo conseguí. Entendí que de alguna forma la máquina necesita del Sol para funcionar, así que utilizé un sistema de espejos para aumentar la cantidad de rayos incidentes sobre sus paneles. ¡Qué sagaz de mi parte!, modestia aparte. Al instante detuvo su caminar. Era como si le gustara quedarse ahí, recibir tanto alimento, ya no lo hací por necesidad sino por placer (o al menos eso es lo que me imaginaba). Con su ritmo vertiginosamente disminuido me acerqué con cautela; el fluido todavía seguía siendo bombeado, con el mismo caudal. Una hora de realjamiento visual después procedí a la parte sucia; con ambas manos sujeté el cable, y halé con todas mis fuerzas... No logré nada. Yo no era lo suficientemente corpulento para siquiera causarle una embolia, porque no lograba ni apretarlo. Talvez yo no podía; pero ella sí. Me idee una forma de llevarlo a una trampa. Retiré los espejos y los escondí en una quebrada donde para llegar a ella había que cruzar a través de un estrecho desfiladero, con muchas piedras punzantes que sobresalían en la pared. Al darse cuenta ella que su cómoda casa se había desplazado, intentó meterse en la grieta y avanzar hasta donde se veía la luz. Las piedras raspaban las columnas, pero no era gran cosa. Pude ver el sistema de tracción en su máxima expresión; ahora ante mi vista asomaban taladros, abanicos de metal, e incluso parecía que a veces se hacía agua; todo para intentar llegar al sitio de los espejos; ahí me estaba mostrando lo mejor de sí misma, cosas de las que no me había percatado. Y finalmente, la canallada. Cuando hubo avanzado 100 metros, a escasos 44 de la meta, el cable quedó atorado en un filo de piedra. Trató desesperadamente de avanzar, sin percatarse de lo ocurrido. las rocas se trituraban bajo las columnas, mas no aquella que verdaderamente era su perdición. Logró avanzar unos escasos centímetros, y vi cómo iba a ser desprendida la roca desde sus cimientos; presto a aceptar mi frustración, escucho un estallido. Un chorro de aceite de varios metros de altura cortaba el aire produciendo ensordecedor chirrido. El cable serpenteaba horriblemente una vez que se cortó la comunicación con el eje de tracción. La máquina trató de salir raudamente de la situación trepando por una de las paredes hasta encontrarse a salvo, ya no quería ir al lugar de los espejos. Ya depuesto del peligro de las piedras, me di cuenta que aquello que hizo para su salvación no podía ser algo que venía de la caja negra, sino de algún otro mecanismo presente; una especie de piloto automático mucho más simplón que los movimientos comandados por la caja negra. Pobre mi máquina; empezó a andar sin arte. Ante la roca más pequeña huía y cambiaba su rumbo; ya no podía coordinar los movimentos de sus tubos con la gracia de antes; ahor sólo se manjeba en ese piloto automático. Yo no podía hacer mucho por ella, cada vez que quería acercarme había el peligro de que el cable, en su interminable serpentear, me llegara a lastimar con un fuerte latigazo; y bueno, también confieso que no quería ensuciarme con el aceite que chorreaba a borbotones. Antes, el movimiento del fluido causaba una sensación de placer, todo iba al mismo centro en la máquina. Pero ahora era rociado y desperdiciado en derredor; una enorme mancha grumosa en el suelo delataba su cercana presencia. A pesar de abandonarla de esta forma, siempre seguí sigilosamente su rastro, en las noches acampaba cerca, donde me abordaban pesadillas de culpabilidad. Soñaba que yo residía en la caja negra y tenía la desesperación de no saber qué ocurría con mis órdenes, por qué el sistema se mueve hacia donde yo no le pido ir; en el sueño intenté una vez ahogarme en el aceite para evitar mi desesperación, pero no había caido en cuenta que estaba encerrado en la caja negra y aquello era imposible. Después de semanas de observarla con sigilo pude resolver el patrón de su trayectoria. Con el propósito de arreglar las cosas coloqué los espejos en el camino, a ver si lograba detenerla y así buscar una solución. Qué tonto de mi parte; ella no se inmutó cuando pasó a un lado de los espejos, e incluso los ensució y cubrió con el aceite. Hubo ratos de humor entre tanta desgracia; por ejemplo, una vez el cable se atoró en un orificio en la tierra, y ahí se detuvo un poco ese peligroso vaivén. Bombeaba su aceite haci el suelo, como si se tratara de su propio cuerpo; es más, algunas veces le vi tratando de hacer conexiones disparatadas con muchos estraños objetos, a pesar de que la verdadera conexión se hallaba a escasos centímetros del problema. Pero aún así, mi sentimiento de culpa me vencía. Me di cuenta de que yo fui el problema inicial; y que así como logré que ella misma se metiera en el enredo, era ella quien debía salir. Pero esta vez sentí que yo ya no podía mostrarle cómo hacerlo; pude enseñarle el camino que conducía al desorden, pero eso era cuando ella todavía era cuerda, ahora cualquier cosa que quisier hacer para ella ya no valía la pena. Me alejé, pero siempre con el deseo que talvez logre encontrar un nuevo risco donde las rocas faciliten la tarea de encontrar el encaje del cable; o que falle el piloto automático y le haga caer en un abismo y termine todo ahí, por su propio bien. Yo ahora me encuentro solo, y cómo único recuerdo de aquella asociación tengo un cable oxidado y grumoso en el bolsillo por el que alguna vez empezó su desdicha.
Escrito por: Cetrero