jueves, 30 de diciembre de 2010
Cometa dará un espectáculo en el 2011
sábado, 25 de diciembre de 2010
¡Feliz Sol Invicto!
martes, 21 de diciembre de 2010
La proeza
viernes, 17 de diciembre de 2010
Eclipse total
lunes, 6 de diciembre de 2010
Actualización: Dieta antiquísima
sábado, 23 de octubre de 2010
La sabiduría: una visión personal
La sabiduría, es una propiedad que trasciende de las nociones básicas de comportamiento de un individuo, va más allá de sus conceptos morales y éticos, y necesariamente se relaciona con la forma de entender e interactuar con el prójimo, especialmente se relaciona con esto último.
Para empezar, podemos decir que la sociedad, entendida como aquello fuera de la persona, es la única que puede acuñar este adjetivo, la razón es la siguiente: Un individuo no puede denominarse sabio a sí mismo, hacerlo implica la destrucción del concepto, esto porque la afirmación de "soy un sabio" se presenta como una afirmación poco sabia, vanidosa; entonces la frase se convierte en evidencia de falta de sabiduría. En la "Apología de Sócrates", Platón hace una referencia prodigiosa a este tópico, nos presenta a un Sócrates desesperado por probar que la única razón que le hacía más sabio que ningún otro ciudadano griego era su declaración y aceptación de no serlo ("Solo sé que nada sé").
Dado que la sociedad identifica a sus sabios, cabe decir que aquello que tiene a su disposición y puede juzgar para decidir quién es o quién no, es la conducta del individuo, pues todos los otros atributos del mismo le están vedados. Podríamos decir que la conducta de una persona es el reflejo de su forma de pensar y de su personalidad, esto en un modelo ideal, pero dicho modelo está muy alejado del real; en ese caso, la conducta solo podría ser una ficción de lo que un individuo es en verdad, y la sociedad solo analizaría esta falsa imagen virtual, por tanto estaría juzgando como sabio al depravado, y viceversa; pero no puede optar por otro camino.
Además, cuando la sociedad observa a un individuo acumulando grandes cantidades de conocimiento, o haciendo descubrimientos científicos en pro de la comprensión última del universo, no lo identifica como sabio. La búsqueda de conocimiento y la obtención del mismo no implican sabiduría porque no son comportamientos aplicados al beneficio del prójimo. Incluso aquellos científicos que en este preciso momento están tratando de descubrir mejores fórmulas alimenticias o mejores tratamientos de agua potable, pese a estar utilizando la ciencia en beneficio de toda la sociedad, tampoco van a ser vistos como sabios.
Los tópicos analizados anteriormente son los que determinan que el "comportamiento social" sea el aspecto de consideración único. Así, el individuo primeramente tiene que hacer una transformación de su comportamiento natural con los demás; transformación que la sociedad pueda identificar como positiva para los demás y para él mismo. Esto es un desafío ambiguo. Planteemos un ejemplo. Si existe una terrible discusión entre miembros de un grupo social con relaciones de amor, amistad, respeto, etc, entre ellos; si empiezan a ofenderse el uno y el otro, sabio será quien pese a los insultos recibidos no tome una actitud ofensiva a la par, sino más bien quien medie por la solución del problema. No debería guardar rencores, ni tomarse los insultos o las ofensas en serio, su actitud sería relajada pero lo suficientemente grave como para imponer una solución positiva sin manejar opciones contrarias como responder a los oprobios, abaldonar, etc; para lo cual necesita una actitud que se encuentre entre la indiferencia y la importancia del problema.
En un ejemplo parecido, pero en un contexto social que no tengan que ver con relaciones cohesivas sentimentales, digamos, una pelea callejera por tráfico de drogas, aquel que tome esta actitud en vez de pasar por sabio, pasará por estúpido. Peor aún, si Platón hubiese cedido a la petición de compasión de su esclavo, hubiese pasado por un pésimo ciudadano y hubiese sido reducido al mismo nivel de esclavitud. En estos casos, si bien la mediación por la solución de un problema, o ceder a la confrontación son necesarios, se ven totalmente restringidos por aspectos incontrolables por parte del individuo: la situación emergente de la pelea y el contexto histórico social de la esclavitud griega; otra prueba más del matrimonio indisoluble de la sabiduría y la sociedad.
Estos análisis nos llevan a una coyuntura funesta, si nuestra respuesta natural a los sucesos estresantes está determinada por nuestro cerebro a ser negativa, la situación social y el contexto histórico, y la capacidad juzgadora de la sociedad en general son los condicionantes para construir la sabiduría, en realidad vale la pena ser sabio? Esta es una respuesta muy personal. Ahora creo que ese deseo infantil de querer ser sabio solo respondía al deseo básico de todo niño de ser reconocido y querido por sus padres. Más bien, la sabiduría se me presenta como una opción circunstancial en la cual mi actitud frente a los hechos va a determinar cierto curso para la resolución de los mismos; como es una opción, dependerá necesariamente de múltiples parámetros, muchos de los cuales no estarán bajo ningún contexto en mi control, por lo tanto, el ser “sabio” será un apelativo extremadamente relativo a un momento y jamás generalizable a la globalidad de una persona en el tiempo.
Escrito por: Vakdaro (Daniel Romero)
miércoles, 13 de octubre de 2010
Obituario: Jaime Lucio Jaramillo (1944-2010)
De lo poco que puedo recordar acerca de la hoja de vida de Jaime, se graduó como licenciado en Ciencias de la Educación con mención en Biología en la PUCE, obtuvo un M.Sc. en la Universidad de Aarhus y un doctorado en Biología en la PUCE. Manejó la Estación Científica Río Guajalito, donde se realizaron varias investigaciones a nivel nacional e internacional. Fue reconocido como uno de los mayores colectores de plantas en el país, con decenas de miles de plantas ingresadas en el Herbario de la PUCE. Participó en numerosas expediciones a lo largo del país en distintos sitios remotos, algunos no bien explorados en ese entonces. Varias nuevas especies de plantas fueron descubiertas y descritas por él; algunas llevan su nombre (eg. Guzmania jaramilloi). Últimamente se hallaba en trabajos de revisión taxonómica en la familia Elaeocarpaceae y apenas el 7 de octubre lanzó su libro sobre la Flora de la Reserva Florística Río Guajalito.
A Jaime lo conocí hace apenas 5 años, cuando fue mi profesor de Botánica I en la PUCE. La primera impresión no fue exactamente la que uno se esperaría frente a un inminente de la biología en el país. Entre sus lecturas, recuerdo que alguna vez hizo una extraña referencia a la fotosíntesis en los humanos: hay que reconocerlo, Jaimito no empleaba la mejor ortodoxia cuando se trataba de dictar sus cursos académicos. Sin embargo, también se debe reconocer que cuando se adentraba en su campo de experticia, la taxonomía botánica, no quedaba duda alguna de cuán bien dominaba el tema. La reciente charla del lanzamiento de su libro es hasta la fecha una de las más amenas y didácticas a las que he asistido en la facultad. La información que podía brindar acerca de una especie de planta en particular podía ser exorbitante, no sólo en cuanto a taxonomía, sino también en ecología, usos étnicos y hasta anécdotas personales. Su agudeza para la identificación de especies era una habilidad muy especial, hasta el punto que a veces había que hacer esfuerzos exhaustivos para seguirle el paso en las clases de Flora del Ecuador.
Fuera de lo académico, Jaime era todo un personaje. En cualquier piso del edificio de Ciencias Biológicas podía escucharse su estruendosa voz y sus constantes risas. Con ello, decía él, pretendía contagiar de entusiasmo a otros y acabar con muchas caras aburridas. No había una sola salida de campo que pase sin que usara sus característicos apelativos, de los que nosotros éramos las víctimas. “Cara de guatuso”, “cuarto de pollo”, o "espíritu maligno", provocaban las risas que nos distraían por un momento del fatigoso ejercicio de distinguir entre violáceas, fabáceas, moráceas, rubiáceas, cesalpinoideas, etc, etc. Pero a pesar de todo, uno sentía cierta comodidad para conversar con él sobre cualquier tema, que no necesariamente involucrase un taxón o a la fitogeografía de por medio. En medio de estas discusiones despuntaba con frases célebres como: “Sólo dos cosas hay que temer, las culebras en el monte y las mujeres en la casa”, o “El matrimonio es como el cholán (fabácea), al inicio flores y luego sólo vainas”. El hombre también tenía sus dotes de buen consejero; una de sus recomendaciones, que aquí viene muy al caso, era que porque precisamente la vida es una sola, hay que sacarle todo el provecho que se pueda. Es aquí y ahora, y no hay que buscar más oportunidad para pagar por nuestros errores o disfrutar de las gratas experiencias que se nos presentan. Simple y real. Jaime proyectaba un aire de haber vivido la vida a su estilo.
Las salidas de campo con él siempre serán memorables. Recuerdo que muchas de las zonas más especiales del austro ecuatoriano las conocí en una salida suya. Sitios de los que sólo había leído antes se me hicieron tan cercanos aquella vez: Cajanuma, Bombuscaro, Puyango, Macará, Alamor, Zapotillo, entre otros. Cada vez que llegaba a un lugar se emocionaba cuál niño con juguete nuevo; y creo que tal vez las salidas eran un pretexto para que podamos comprender esa emoción suya. Ahora he regresado más de una vez al Austro por motivos de mis investigaciones personales, y todavía saltan de forma automática en mi cabeza algunos nombres de plantas (Axinaea, hidrangeaceae, Drimys ecuadoriensis, Pouteria lucuma, Oreocallis grandiflora); es inevitable, como cuando la recapitulación de un sueño poco después de despertar trae memorias que uno las daba por borradas hace mucho.
Una de sus mayores cualidades podía ser vista como terquedad, necedad, o pasión. Al respecto, recuerdo cómo arrancaba una muestra de laurel negro cerca de Puyango, mientras una guía del Bosque le reclamaba temerosamente en baja voz, “señor, no puede cortar las ramas”, y aquél, obstinado, le respondía sin despegar la vista del árbol, “Ahh, esto es ciencia, ¡carajo!”.
Jaime era un tipo sencillo, trabajador y entregado profundamente a su ciencia y la docencia. Era una de esas personas que es mejor conocerlas en el campo, con el lodo hasta la cadera conversando sobre un tronco resquebrajado, en medio de una nube de mosquitos y después de haber pasado largo tiempo entre los matorrales. O alrededor de una mesa, con unas cervezas frías y unos especímenes esperados a ser descritos. Momentos de los que yo no puedo decir haber participado tanto como lo hubiese querido, en parte por mis distintos intereses de investigación. Talvez por ello no soy la persona más adecuada para redactar este obituario. Pero algo conocí de él, y además puedo decir orgullosamente que en un par de ocasiones depositó su confianza en mí persona permitiéndome que formara parte del equipo de asistentes en la salida introductoria a la biología de campo para los novatos de la carrera. Así que en cierta forma le estoy agradecido, y ello solamente constituye ya un motivo para dedicarle estos párrafos en el blog. Pero además, este escrito sirve también a otro propósito, cercano a la misión del Quinto Pilar. Ésta es la de mostrar que el científico también se engrandece en la práctica y el roce con su esfera social y humana. Personas como Jaime nos ayudan a destrozar la vieja idea popular del científico visto como un ser distante, frío y calculador que vive en una especie de limbo de las ideas donde dice ser dueño de una verdad dogmática. Esa imagen que muchas veces es usada como un escudo para hacer frente a las inseguridades personales no iba con él. Y aún así, no dejaba de ser uno de los botánicos más reconocidos en su campo. Al igual que muchos en la escuela de Ciencias Biológicas, espero que no se pierda su legado y de esta forma permanezca viva su memoria entre nosotros.
jueves, 30 de septiembre de 2010
La naturaleza de la verdad científica
Cuando se trata de ciencia, inevitablemente se trata de aquellas hipótesis corroboradas con métodos experimentales que tienen la cualidad de ser reproductibles. Aquel que hace ciencia tiene como “imperativo categórico” ciertos parámetros que le llevan al descubrimiento de los hechos, el primero de ellos es el de evitar dar falso testimonio. Con mucho esfuerzo y dedicación, se podría publicar en una revista catalogada de científica (Science, Nature, Cochrane) un ensayo sobre un tema ridículo, con tanta valía (dotándole de caracteres experimentales y evidencia fácilmente montada) que, pasando los filtros de detección de la verdad, pasare por cierto por aquellos que lo leyeran; entonces la población pudiese tenerlo presente como un hecho real y afirmarlo con la respectiva cita, en el caso de nuestro blog dirían: “lo leí en el Quinto Pilar”.
Si bien esto puede suceder, no es lo común, el científico hace una especie de pacto inviolable con la declaración de los hechos que comprueba, este muro se levanta del mismo modo que cualquier otro esquema de la moral solo que tiene como objetivo un fin, podría decirse, más elevado: la divulgación del hecho descubierto podría cambiar profundamente la forma en la que se concibe el mundo por parte de la sociedad, no se trata simplemente de evitar hacer daño a alguien (como el manifiesto moral de no robar), se trata de una dinamia profunda de conceptos. Este principio es lo que se ha venido por llamar rigor científico y hace de la palabra “rigor” lo que significa para el hombre de ciencia la búsqueda de la verdad, una lucha constante por entender los mecanismos de función de la naturaleza.
Johannes Kepler deseró de su visión "geométrica" del universo por sus observaciones; en ellas cambia el sagrado círculo por la imperfecta elipse en pos de sus observaciones
Este mismo concepto, puede ser el gestor de una problemática gravísima que se gesta en nuestra época; Isaac Asimov ya pregonó, en uno de sus muchos escritos, este futuro desolador: La ciencia como nueva religión. El génesis de esta situación radica en la aceptación dogmática de los mandatos científicos sin la participación de la duda. Muchísimas veces lo que hacemos, al leer un documento catalogado como científico es aceptarlo, ese es el paradigma de la transformación de la ciencia en religión. Hacemos que el artífice del descubrimiento y cómplice del cambio, LA DUDA, sucumba. De hecho, este problema tiene una hermandad cerrada con muchos otros: el aluvión de información; la velocidad con la que esta información aparece, se modifica, se obsoletiza y vuelve a aparecer; la disponibilidad de acceso a información confiable…para afirmar que un hecho es veraz con certeza, hay que hacer todo un trabajo de entreveramiento intelectual.
Para darnos cuenta de este problema podemos plantear un ejemplo. ¿Cuántos de nosotros aceptamos que el espacio-tiempo es una red intrincada que se deforma como si fuera una gran sábana, por la presencia de una esfera imperfecta, que en ámbitos estelares sería la tierra?; sin embargo, todos nosotros reconocemos a Albert Einstein como un visionario en el campo de la física que revolucionó nuestra concepción del mundo, de hecho así es como lo hizo!!!. El problema se acentúa porque las teorías de Einstein no son una experiencia de todos los días, y esa cuestión hace que sus preceptos se sigan llamado teoría.
Para que una teoría deje de ser teoría y se transforme en ley, tiene que poder ser vista, corroborada por los sentidos directamente; mientras esto no suceda, todas las pruebas que le confieren un grado de certeza son indirectas. Otro ejemplo está en la evolución natural de las especies, es muy difícil poder observar cambios macroscópicos en los organismos, la negación actual de la teoría es irrisoria porque la cantidad de evidencia que la apoya es descomunal, sin embargo no deja de ser una teoría.
He ahí la importancia de la interacción del intelecto individual y el flujo de información. El lector, en condiciones perfectas, debe, para completar cualquier obra, hacer de su lectura una experiencia transformadora, y para esto, que mejor que someter la información recibida al juicio implacable del sentido común. Ahora, es bastante difícil salir a la calle e imaginar que con cada pisada estamos deformando el espacio-tiempo, lo que podemos hacer es tratar de enterarnos de la teoría y, con una consulta adecuada de la evidencia experimental, corroborar aquello que más cercanamente sea fiel a la verdad. De este modo, la duda renace y el intercambio “riguroso” de información ser productivo en el origen de nuevas ideas.
A fin de cuentas, la verdad es sumamente relativa, pero la ciencia es la herramienta por antonomasia que nos permite acercarnos a ella.
miércoles, 29 de septiembre de 2010
Frase inspiradora...
sábado, 25 de septiembre de 2010
Una revisión a la "tragedia"
"La esencia de la tragedia dramática no es la infelicidad. Su solemnidad reside en el inevitable curso de las cosas {...} Esta inevitabilidad del destino solamente puede ser ilustrada en términos de la vida humana por incidentes en los cuales se involucre la infelicidad. Es sólo a través de ellos que la inutilidad de escapar puede hacerse evidente en el drama" -Whitehead-
Con esta definición de tragedia, Garret Hardin, se involucra en un cuantioso análisis del bien común en su artículo clásico, The tragedy of de commons, publicado por primera vez en 1967. Ya en esa época, estaba claro el problema que representa la propiedad pública, y a lo largo de sus letras nos presenta un camino directo hacia el desastre en todas aquellas actividades en las que la sociedad no tiene restricciones: la contaminación, las reservas naturales, los recursos globales, etc. Esto debido a la condición natural del hombre. De los muchos ejemplos que pone el artículo uno que ejemplifica al máximo el suceso es el siguiente:
Existe una pradera llena de recursos donde ha llegado el hombre ha instalarse. Luego de haberse ubicado en determinado sitio, empieza la explotación del mismo. Cada uno de los recién llegados tiene una parte del terreno y por ende una parte de los recursos, por un tiempo, eso está bien. Luego llegan más personas a la misma pradera y como todos tienen el mismo derecho a la vida, a una vivienda, a la alimentación, etc, se instalan en otros lugares. Dado que todos quieren vivir largo tiempo, y que sus generaciones perduren por siempre (nadie piensa en vivir plenamente individualmente...), la idea de compartir el terreno les lleva a apropiarse de mayores pedazos de tierra en su propio beneficio. Todos los habitantes van a empezar a sobreexplotar los recursos de este sector; a la larga, la ambición individual de cada uno (y "cada uno" aumenta con cada recién llegado) va a convertir el otrora idílico terreno en un desierto sobrepoblado, sobreexplotado con habitantes hambrientos y desesperados; el bien común fue destrozado.
En este mismo ejemplo, podríamos encontrar una solución. Que tal si los habitantes fuesen sabios y prudentes y evitarán apropiarse de áreas que no les corresponden. Necesariamente las personas que piensen de este modo tendrían que ser sabias. Mirar a su alrededor aquello que pueda traerles más beneficio y no aprovecharlo en nombre del bienestar póstumo de todos los habitantes de la región es algo que implica mucha reflexión. Si todos pensaran así, podrían vivir con lo necesario (no con el exceso) largo tiempo sin destruir el bien común. Lamentablemente basta que uno solo piense de forma distinta para que empiece a aprovecharse del recurso y tilde a los otros de estúpidos; obviamente no va a ser uno solo dado que el número de sabios y prudentes es bajo hasta en las mejores sociedades (de 10 unos 3 son sabios), por tanto esta idea no es una solución.
"La Declaración Universal de los Derechos Humanos describe a la familia como la unidad natural y fundamental de la sociedad. Por tanto, cualquier elección y decisión con respecto al tamaño de la familia debe irrevocablemente ser tomado por la propia familia, y no puede ser tomada por nadie más"
Lo que nos lleva a otro aspecto de la tragedia. La libertad que la población tiene de reproducirse a sus anchas es una de las consecuencias desastrosas de que la reproducción sea un bien común. Restringir esa libertad sería irse contra la ONU y los derechos humanos, algo que debería hacerse, o por lo menos plantearse. Sin embargo, hablar de los sesgos de la declaración de los derechos humanos es un taboo. Para abordar el tema, debemos recordar que la declaración fue puesta en vigencia en 1948 cuando el derroche pasional global de emociones por los genocidios de la segunda guerra mundial nos llevó a establecer preceptos importantes sin la objetividad necesaria del asunto. El exceso de población que hoy por hoy abarrota cada rincón es un anticipo del apocalipsis malthusiano que viene de por medio.
Para finalizar, el autor propone soluciones que están en vigencia en determinados aspectos como la propiedad privada. Esta solución se plantea en el contexto de estrategias que limiten el libre acceso de todos evitando definitivamente a cierto grupo y por tanto evitando el exceso; en este caso, el sacrificio (pagar una multa por ejemplo), si bien es molestoso, asegura el bien común. A esta propuesta el autor la llama "coerción mutua" y es necesaria puesto que, en sus palabras, "la injusticia, es preferible al caos total".
Ahora, el artículo presenta una narración fluida y su estructura goza de un carisma particular; sin embargo, puede presentar ciertos rasgos que el lector puede identificar como falaces. Podría decirse que los ejemplos utilizados son muy sencillos y que no abarcan el aspecto más generalizado del asunto; podría decirse, también, que el autor espera una solución moralista, lo que transformaría su análisis en una mera lección de valores.
Personalmente, esta visión cruenta me permite mirar alrededor con una resignación irónica, desde los ejemplos más risorios hasta los más complicados la lucha del individualismo humano nos lleva indefectiblemente a consumir para siempre, primero los recursos, y después a nosotros mismos.
A su disposición dejo el artículo:
lunes, 20 de septiembre de 2010
La madre de todas las ciencias??
Por: Carlos Antonio Rodríguez
Difícilmente hubiese existido un mejor impulso para la ciencia moderna que el estudio de las estrellas y planetas. Con sus movimientos tan fáciles de predecir y elucidar, no es de sorprender que aquellas civilizaciones de la antigüedad que dedicaron tiempo a la Astronomía, como los mayas, hayan hecho cálculos tan precisos que pueden ser considerados válidos aún en la actualidad. Desde el tiempo Galileo bastaron apenas otros 200 años para llegar a tener un catálogo estelar bastante completo de los astros visibles a simple vista, o con ayuda de un telescopio de acceso público, y elucidar el movimiento de los cuerpos del sistema solar conocidos hasta entonces, incluidos todos los planetas. Por ejemplo, sabemos que la Luna estará completamente llena el 23 de septiembre a las 4:17 en Ecuador, o que habrá un máximo de eclipse total de luna el 21 de diciembre a las 3:16 con 57,1 segundos (¡¡así de preciso!!, compruébelo por usted mismo).
Al igual que en muchas otras actividades intelectuales, la ciencia trabaja en base a paradigmas; particularmente, con paradigmas que pueden ser sostenidos con evidencias. Estos sirven para orientar la generación de hipótesis o las predicciones que se hacen a partir de ellas para ser puestas a prueba. Uno de los paradigmas más frecuentemente invocados es la existencia de regularidades que permiten explicar de forma racional varios fenómenos en la naturaleza. Ejemplos hay de sobra: los patrones rítmicos de los EEK asociados con distintos estados de conciencia en la mente humana, la distribución de la biodiversidad en el mundo en función de humedad y temperatura, el alineamiento de volcanes en zonas de fallamiento sísmico, la oscilación de las mareas en relación al ciclo lunar, relaciones estoiquiométricas de conservación de masa y energía, etcétera, etcétera. Sin embargo, ya sea por efecto de perspectiva o complejidad, no siempre uno puede apreciar estos patrones sin antes llevar a cabo estudios exhaustivos para descubrirlos. Ello puede enmascarar la simplicidad sistemática de las causas potenciales y producir la ilusión de que muchos ámbitos de la realidad son insondables e incomprensibles. En varias culturas ancestrales se ha recurrido a la impredecible psicología de supuestos demiurgos para dar explicaciones temporales.
¿Qué habitante del medioevo, o moderno creyente de supersticiones, se atrevería a decir que el clima es tan solo el efecto de la transferencia de calor en la atmósfera, impulsado por la convección, radiación solar, movimientos de traslación y rotación, oblicuidad del eje de la Tierra y relaciones de intercambio energético con la superficie terrestre? La explicación con mayor acogida se refería al temperamento irritable de un Dios con sede en el cielo, o tal vez en la cima de un monte alto. La razón verdadera puede quedar oculta por la falta de conocimientos, visualización del problema o indagación del individuo en cuestión. Pero en sí mismo, el problema del clima conlleva un elevado grado de complejidad. Tomemos el caso de la formación de una nube, por ejemplo. Sabemos que un buen método casero de predicción se basa en el uso del barómetro; si la presión atmosférica baja drásticamente, es posible que una corriente ascendente de aire que lleve humedad a un sitio más frío de la atmósfera, donde se condensará para formar una nube. Pero muchas veces eso también depende de otros factores, como la presencia de núcleos de condensación, la humedad relativa en el aire, la orientación de las corrientes de viento, la presencia de barreras geográficas de flujo atmosférico que no son visibles desde una localidad en particular, entre otras. Es más, hasta ahora no se conoce del todo cuáles son las causas por las que se forman las nubes. Existe tanta interferencia en el sistema climático, que muchas veces no se pretende predecir con exactitud el clima en un momento y región determinados, sino los patrones a gran escala; y ello puede suponer estudios exhaustivos a lo largo de varios años y en distintos sitios del globo. ¿Pero cómo aventurarse si desde el inicio no se tiene un fuerte indicio de que la búsqueda de esta regularidad será una empresa fructuosa?
Para complicar un poco más el problema de la búsqueda de un orden natural sistemático, ha quedado demostrado que el ser humano durante mucho tiempo no necesitó de toda la ciencia que poseemos en la actualidad para sobrevivir. Si se trata se enfrentarse a las adversidades del mundo, por ejemplo, ha bastado con que el miedo nos aleje instintivamente de ellas, sin cuestionarnos acerca de su naturaleza. Así, una enfermedad psiquiátrica no es nada más que un demonio interno, o una erupción volcánica, la cólera de un Dios que no ha recibido su cuota de sacrificios. Claro que muchas veces no se puede simplemente escapar del problema, y puede resultar mejor prevenir en situaciones de bonanza que esperar a que lleguen las vacas flacas. Pero si la doctrina dominante te impide hacer los debidos cuestionamientos, ¿Cómo puedes osar a la profesión herética de descubrir el mundo en base a la razón y sentido común? Justamente una buena escapatoria para este y el anterior dilema es el acceso a una instancia de la realidad que nos induzca de forma clara y sin mayor complicación al conocimiento de este orden natural. La astronomía representó este boleto de salida; pues difícilmente una sola persona durante un período corto de su vida podría llegar a encontrar algo más “ordenado” que el movimiento de las luminarias celestes. Rodeo en comillas a este calificativo porque no creo que se aplique en mayor medida a los astros, puesto que las leyes que los rigen son las mismas para todo lo que habita en el Universo, incluidos nosotros mismos; es solo que el orden derivado de dichas leyes es más evidente en este caso. Tal vez aquello se deba a que los cuerpos celestes se encuentran tan dispersos en el vacío que se hace más fácil estudiar sus mecánica por separado, y analizar la influencia física que tienen los unos sobre los otros. Pero además, la astronomía tiene su appeal en lo místico y sagrado; y en resumidas cuentas, si se descubre que hay una regularidad que no obedece a una ley divina, sino puramente física, en las altas esferas celestiales, ¿por qué no lo habría de haber en planos más terrenales? El telescopio fue uno de los primeros inventos cuya precisión fue incrementada durante el Renacimiento; cuando los científicos hubieron encontrado un indicio seguro acerca del orden mecánico del Universo, empezaron a encontrar efectos del mismo en la atmósfera con ayuda del termómetro y el barómetro, en las “transmutación” de las sustancias con balanzas y mecheros, la electricidad con pilas voltaicas y hasta en la vida con experimentos de calorimetría y respiración. Pero fue en la astronomía donde se halló un refugio inicial para fomentar la curiosidad científica y la pasión por la precisión; no por una simple coincidencia muchas figuras eruditas en la ciencia del Renacimiento y la Ilustración tuvieron interés en astronomía.
Carl Sagan en su libro Cosmos discute las posibilidades de desarrollar ciencia en hipotéticos habitantes de un planeta como Venus. Ahí la atmósfera es muy turbulenta, con espesas brumas de ácido sulfúrico y vapor de agua. Sagan razona que al no poder tener acceso a la observación del firmamento astral, y encontrarse en un mundo caótico y sumamente complejo, realmente es poco probable que se forje una civilización que pretenda explorar las leyes básicas que rigen la naturaleza. Uno pudiera replicar que en cierto ambiente pudiera gestarse una forma de vida capaz de comprender su mundo, pero ello implicaría un desarrollo más avanzado que el que nosotros tenemos como especie, y por tanto sería un evento mucho más raro en el Universo. Además, talvez ni siquiera nos fuera posible comunicarnos con estas entidades. En todo caso, si nosotros, Homo sapiens, hubiéramos vivido en Venus, es posible que la predicción de Sagan sea cierta. Vale discutir también cuál fue el papel de lo místico en este caso: y si nunca hubiese existido este velo sagrado en torno a los astros, ¿Los habríamos estudiado con tanta pasión?, ¿Habríamos trasladado este precepto de desmitificación científico a otros ámbitos de la realidad? Son preguntas para abrir un buen tema de discusión en la mesa.
martes, 7 de septiembre de 2010
Un personaje conocido
La colección abarca la música pre-gregoriana, gregoriana, prerenacentista, renacentista, etc pero el motivo de esta reseña se detiene en un album medieval: "The time of courtly love", recopilación que comprende la música de trovadores de los siglos XII-XIV de Europa. Para este tiempo, el latín se dividía para siempre en lo que hoy son las lenguas romances y los trovadores se transformaron en la moda de los reyes, especialmente aquellos que exaltaban las gracias de los caballeros y la utopía del amor pastoril.
Portada del album "The Time of Courtly Love"
¿Hemos escuchado alguna vez estas canciones? No. Las canciones no. Pero el héroe de una de estas es muy familiar a nosotros, de hecho lo conocemos desde cuando niños, y gracias a Disney, la emoción nos inundaba con ese simpático zorrito disfrazado de verde participando en un concurso de arquería para ganar el amor de su consorte. Este año, una nueva versión de Robin Hood ha sido puesta en pantalla por mano del legendario Ridley Scott.
Sin embargo, las "baladas románticas" de esa época en Inglaterra contaban una historia distinta a la del conocido personaje. Era un plebeyo de Yorkshire que vivía como un forajido con sus compañeros; nada de Marion, nada de Fray Tuck, nada de ayuda ni al desamparado, peor al menesteroso. Eso sí, campeón del arco y burlador ("fecundo en ardides" sería el adjetivo de Homero).
Versión animada de 1973
Estas mismas baladas sitúan al personaje aproximadamente un siglo después del acostumbrado contexto histórico en épocas del rey Eduardo II, sin contacto ni con el noble Ricardo Corazón de León ni con el usurpador Juan Sin Tierra, personajes importantes de la versión conocida.
La primera vez que Robin Hood apareció como tal fue en la novela Ivanhoe de Walter Scott a principios del siglo XIX y en el texto es presentado como un rebelde sajón enfrentado a la nobleza normanda que conquistó a su pueblo, este fue uno de los motivos para que la posteridad lo consagrará como héroe.
En 1958, el historiador marxista Rodney Hilton mitificó a Robin como el valiente, hábil opositor que se enfrenta a la injusticia del rico para conseguir una equidad; a leguas se aprecia el sesgo socialista de su concepción. Pero, una vez más, las baladas inglesas originales nos recuerdan esa errata, Robin no ayudaba a los pobres...
que se encuentra en el castillo de Nottingham
Esas canciones, sin embargo, debieron haberse inspirado en algo y los historiadores encontraron la referencia más antigua del personaje: Un documento de 1226 que nos habla de un tal Robert Hod, fugitivo de la justicia en la localidad de York.
Posiblemente Robin nunca existió y de hecho lo curioso es observar como su presencia es parte de nuestro saber general. Lo más seguro es que ni siquiera ese Robert cumpliese con el retrato de las melodías inglesas. A veces lo que se necesita es un pretexto para la creación y es el devenir de la historia, con su gente, sus guerras, sus propios sinsabores, lo que hace de un personaje una verdadera leyenda.
Robin m'aime, pieza de Adam de la Halle, un importante "trovero" del siglo XIII
Escrito por: Vak
miércoles, 1 de septiembre de 2010
El papel de la dieta en la evolución humana
Al hablar de la evolución del ser humano, lo primero que llega a la cabeza es una imagen comparativa entre un hombre y otro primate, como por ejemplo un chimpancé. Utilizamos esta imagen debido a las similitudes que saltan a la vista entre los dos individuos de diferentes especies: cinco dedos en las palmas con un pulgar, posibilidad de caminar en sus dos miembros inferiores (bipedalismo), ausencia de cola, entre algunas otras. Estas similitudes no son coincidenciales pues compartimos con ellos el 95% de nuestro genoma a causa de un ancestro en común luego del cual nuestros caminos evolutivos se habrían separado hace unos 6 millones de años. Luego, saltan a la vista también las diferencias: los chimpancés poseen mayor vello corporal, extremidades superiores más largas que les permiten también caminar con ellas (cuadrupedia), manos más largas que les permiten trepar árboles con mayor facilidad, sus caninos más grandes y principalmente su cerebro más pequeño. La importancia de nuestra dieta para poder mantener una capacidad craneana mayor es enorme, pues tener cerebro más grande implica también un mayor consumo de calorías. En el ser humano, solo el funcionamiento del cerebro en descanso toma del 20 al 25% del requerimiento total energético de un adulto, mientras que en primates no humanos se muestra una utilización del 8 al 10%, e incluso en otros mamíferos se nota un uso energético cerebral del 3 al 5% de sus necesidades calóricas totales.
Alrededor de 6 a 8 millones de años atrás nuestro antepasado en común con los chimpancés debió haber vivido en densos bosques (como lo hacen estos primates actualmente) y para conseguir su alimento que consistía en frutas, vegetales, hojas y en menor medida de carne no debía recorrer largas distancias; desplazándose así en sus cuatro miembros y colgándose de los árboles. Los restos del ejemplar encontrado que encaja mejor en éstas características es el Sahelanthropus tchadensis. Más tarde, apareció un individuo con la capacidad de desplazarse sobre sus dos miembros inferiores, tenía la habilidad de recorrer mayores distancias en busca de alimento pudiendo además utilizar sus brazos para transportar esa carga de regreso. El comienzo del plioceno debió haber ayudado bastante a la selección de esta nueva característica debido al enfriamiento que se produjo en el continente africano, convirtiendo algunas zonas boscosas en áreas más secas, como la sabana, en las que nuestro ancestro podía desplazarse con mayor facilidad y ayudaba a que estos tengan acceso a una mayor cantidad de alimento y de mejor calidad. De esta forma, obteniendo una mejor alimentación pudieron, eventualmente, mantener el costo energético de cerebros un poco más grandes. El homínido más antiguo encontrado que evidencia un bipedalismo es el Ardipithecus kadabba, de alrededor de 5 millones de años de antigüedad. Su capacidad craneana era de 300 a 350 centímetros cúbicos, volumen cerebral no mayor al de un chimpancé. Según estudios algunos estudios, se sugiere que el bipedalismo en nuestros ancestros evolucionó al menos en parte debido a que implica un menor consumo de energía que la cuadrupedia, desviando de esta forma esas calorías para que pudieran ser empleadas para la reproducción.
Consecuentemente, por obra de la selección natural, apareció un nuevo homínido con una capacidad craneal de 400 centímetros cúbicos. Es interesante conocer que en 2 millones de años de existencia del Australopithecus su capacidad cerebral tan solo creció 100 centímetros cúbicos, de 400cm3 hasta 500cm3; mientras que, posteriormente, desde Homo habilis
a Homo erectus existe un crecimiento cerebral de 300 centímetros cúbicos en tan sólo 300 mil años (600cm3, 900cm3 respectivamente). ¿Cómo puede ser esto posible?
Bueno pues el Homo habilis ("hombre habilidoso") se caracterizó por haber tenido la capacidad de elaborar herramientas a base de piedra. De esta forma, el homínido pudo obtener mejor alimento más fácilmente: cazaba animales, obteniendo un ingreso calórico mucho mayor al que obtenían sus antepasados al alimentarse en mayor parte de frutos o plantas. La diferencia entre estos alimentos está en su "densidad calórica"; mientras 100g de un vegetal nos proporciona cierto aporte calórico basado en carbohidratos y proteínas, la misma cantidad de carne aportaría mucha más energía basada en proteínas y grasas (con más del doble de aporte energético que proporciona un carbohidrato o una proteína). La evolución de la dentadura de estos individuos apoya la teoría. Los Australopithecus
poseían dentición particularmente especializada para alimentarse de toscas plantas: mandíbulas fuertes, crestas sagitales en el cráneo para el acoplamiento de fuertes músculos para masticar, molares recubiertos de una gruesa capa de esmalte. Mientras que la dentadura del Homo habilis era más delicada, no poseía crestas sagitales y sus molares eran más angostos a pesar de que su cuerpo era más grande, todo esto sugiere una dieta de carne en mayor parte.
Con esta dieta rica en calorías proporcionadas particularmente por las grasas, el homínido pudo mantener una capacidad craneana mayor en menos tiempo.
Siendo ya oficialmente carnívoros, nuestros antepasados cazadores debieron expandir su territorio para buscar más alimento, de forma que poco a poco iban colonizando nuevos lugares. Ya no se localizaban solamente en el continente africano sino que llegaban hasta Europa, China y la actual Indonesia, donde se han encontrado yacimientos de restos de especímenes de Homo erectus. La colonización del planeta comenzaba.
Junto con la progresiva expansión del cerebro se fueron desarrollando en los homínidos comportamientos sociales más complejos, de la misma forma que mejores tecnologías: herramientas de caza, utensilios para procesar mejor los alimentos, cocción de la comida, la ganadería, la agricultura; todas estas técnicas optimizaban la nutrición del ser humano y muchas de las cuales son utilizadas hoy en día.
Redactado por: Roberto Vallejo
Para mayor información (referencia):
http://people.bu.edu/sobieraj/nutrition/EvolutionNutrition.html
miércoles, 25 de agosto de 2010
The Scientists, una revisión
Portada colorizada del libro Humanis Corporis Fabrica de Vesalio, 1543. Haz clic en la imagen para ver el tremendo detalle del grabado.
El relato inicia en el Renacimiento, a mediados del siglo XVI, con el violento giro que Copérnico propinó al complicado sistema geocéntrico del Universo, motivado por hallar un modelo más elegante de la “Creación”, el heliocéntrico. Mientras aquello ocurría en astronomía, médicos como Vesalio decidieron aventurarse a estudiar el cuerpo humano a través de la disección de cadáveres, y no conformarse con leer lo que un tal Galeno había escrito hace varios siglos, como era lo normal en la época. Resultado de este esfuerzo fue la publicación del Humanis Corporis Fabrica (del mismo año que De Revolutionibus de Copérnico, 1543), obra que es hito tanto en ciencia como en arte (varios de los dibujos grabados fueron realizados por un discípulo respetado de Tiziano). El ser humano había despertado de su letargo oscurantista, y ahora quería asumir la posta en el ejercicio de descubrir las bases de la realidad, luego de haber sido abandonada circunstancialmente por los antiguos griegos. Hombres prácticos, como Kepler y Galileo, desarrollaron métodos muy claros para confirmar las ideas de Copérnico, que podrían ser repetidos por cualquier persona con el suficiente tiempo e interés. Y en el camino, lo que descubrieron comprometió la imagen del Universo que en esos tiempos era dominada por la doctrina religiosa. Se abandonó la idea de la perfección de los cielos, la morada de “El Señor”, pero no sin traer tremendas repercusiones; en este punto la narración entra en un clímax al relatarse las peripecias que Galileo tuvo que sufrir frente a las autoridades de El Vaticano. Con este pasaje de la historia, uno podría regocijarse en el triunfo del método científico, reflejado en la severa preocupación de los jesuitas, o a indignarse por la pausa que debe sufrir la ciencia italiana debido a la condenación de sus ideas “herejes”. Afortunadamente, el liderazgo geopolítico en investigación pudo trasladarse a un sitio más alejado de la ineludible Santa Inquisición, al país de Enrique VIII. Mientras entre los entendidos la mística y la filosofía natural perdían peso, al igual que la inútil búsqueda de pruebas de la existencia de Dios mediante la demostración de la “perfección” de su creación, las investigaciones en física y matemática fueron consolidándose y ganando soporte; desembocaron en un estudio inaugural de la Ilustración: el Philosophiae Naturalis Principia Mathematica de Isaac Newton. El mundo es expuesto como un sistema regido por leyes fáciles de comprender, en la misma forma en que un reloj basa su complejidad en procedimientos simples y mecánicos. La ciencia clásica desarrolló nuevos ramales en la física y otros campos como la química, que hace su aparición en el siglo XIX, a merced del detrimento de la alquimia. Las nociones de límites del Universo en espacio y tiempo se amplían, preparando el campo para que surja la teoría que según George Gaylord Simpson representa la madurez de la humanidad como especie. El descubrimiento de la selección natural, comúnmente atribuido a Charles Darwin, demostró que no es necesario un enfoque místico, sobrenatural o teleológico para comprender cómo evoluciona la vida; y a modo de corolario, el principio también abarca al ser humano y por tanto lo destrona de su posición central en la naturaleza, como lo que ocurrió con la Tierra al aceptarse el modelo copernicano. La teoría sigue causando controversia entre los núcleos más conservadores de la sociedad occidental, pero en términos de poder explicativo es tan fuerte que, en palabras de Theodosius Dobzhansky, “nada en la biología tendría sentido si no es a la luz de la evolución”. Además, la teoría de la selección bien pudo haber sido un descubrimiento inevitable de la época, pues otro científico, Alfred Russel Wallace, llegó a la misma conclusión de forma independiente, aunque sin haber acuñado la misma cantidad de evidencia que Darwin.
Un experimento en un ave usando una bomba de aire, de Joseph Wright de Derby, óleo, 1768. Me recuerda mucho a Robert Boyle y sus experimentos en el vacío; a pesar de haber sido anterior en casi un siglo a este cuadro.
Fue durante la ilustración que la ciencia dejó de ser un pasatiempo reservado para gente de la crema y nata; ahora se podía optar por dedicarse a ella como una carrera profesional. En un simpático ejemplo del entrelazamiento de los personajes en la historia, Thomas Huxley, un científico cercano a Darwin, fue indispensable en esta transición en Inglaterra. A la par que el número de investigadores activos iba en aumento, se elaboraron nuevas teorías acerca del electromagnetismo y la química de los átomos. Con las ecuaciones de Maxwell se completó un importante capítulo en la ciencia clásica, que de todas formas continuó rompiendo paradigmas hasta ya bien entrado el siglo XX, con la famosa teoría de la derivada continental, aceptada en los 60`s. A partir de entonces se abrieron nuevas rutas en la ciencia, hacia el reino de lo incierto y lo indeterminable. Era típico que los límites de la realidad se buscaran en lo enrome y descomunal, en el espacio sideral; sin embargo, fue en la escala de lo muy pequeño donde se presentaron los mayores desafíos en la física del siglo XX. Una nueva disciplina surgió para pretender darles un final, la mecánica cuántica, y junto a ella la ciencia moderna empezó a desligarse de paradigmas de la física clásica y a desafiar al sentido común. En este contexto, Albert Einstein mostró que entidades siempre entendidas como distintas, la materia y la energía, son en realidad dos caras de la misma moneda. Lo mismo con las ondas y las partículas. El espacio y el tiempo como marcos de referencia dejaron de ser absolutos. Y más sorprendente aún es que esto que parece ser sacado de una suerte de alucinación, ¡funciona!, y, ¡casi a la perfección! De hecho, el experimento más preciso de la historia es justamente la comprobación de un principio de la electrodinámica cuántica (QED), registrándose un error del 0,00000001%. El conocimiento de lo que ocurre dentro del átomo permitió comprender eventos a escala estelar, como por ejemplo la formación de los elementos químicos en el corazón de las estrellas. Lo gracioso, y curioso a la vez, es que la vida, desde un punto de vista netamente químico, se compone de aquellos elementos que se predeciría que se formen en elevadas frecuencias en el Universo. En biología, el descubrimiento del ADN, y su forma de doble hélice, le debe al entendimiento del mundo cuántico. El avance actual de la ciencia permite que sea posible relatar, aunque a grosso modo, una historia real del Universo que abarca sus orígenes, expansión, formación de estrellas, púlsares, galaxias, planetas, asteroides, y, entre otras cosas, del sistema natural más complejo conocido: la vida, en constante estado de evolución.
El libro está plagado de anécdotas muy interesantes, algunas triviales y otras trascendentales. Se rebaten pasajes famosos de la historia, como cuando Newton menciona la popular frase de los hombros de gigantes, supuestamente en acto de humildad. Sin embargo, existe la posibilidad de que Newton haya escrito aquello refiriéndose a Robert Hooke, un científico tan talentoso que llegó a causar la envidia de Newton hasta el punto de haber querido borrar su nombre e imagen de la historia; Newton dijo de Hooke, quien de por sí era pequeño de estatura, que no hubiera alcanzado sus logros si no se hubiese parado “sobre hombros de gigantes”. Pero por si el lector tiene alguna duda acerca de la veracidad de estos relatos, puede consultar el extenso catálogo bibliográfico que Gribbin pone a consideración al final del libro.
Gribbin no descuida ni una sola generación, desde Copérnico hasta la actualidad. Imprime cuidado al narrar la formación académica, procedencia social y conexión con otros científicos de cada uno de sus escogidos. De esta forma, la típica imagen arquetípica del científico que tiene la mayoría de gente es destrozada y mandada a volar; aquella en la que se lo considera como un sujeto retraído, obsesivo-compulsivo, geniecillo, loco, frío, calculador y hasta perverso (¿Quién no ha dejado de escuchar la clásica frase “juegan a ser Dios”?). Es verdad que hay quienes podrían haber encajado dentro de este esquema, como Isaac Newton, o Henry Cavendish. Éste último, conocido por haber utilizado la balanza de torsión para calcular el peso de la Tierra y dejado en herencia el fondo económico con el que se construyeron los Laboratorios Cavendish, hacía ciencia sólo por satisfacción personal: no llegó a publicar muchos de sus descubrimientos, los cuales fueron redescubiertos y acreditados a otros. Su estilo de vida era muy formal y metódico: cumplía perfectamente con sus horarios para la comida y el trabajo; casi siempre cenaba lo mismo, pierna de carnero y usaba el mismo traje durante varios días, cambiándose tan solo cuando llegaba a desgastarse (y eso a pesar de haber sido uno de los hombres más acaudalados de Inglaterra). Hay relatos graciosos acerca de Henry en cuanto a su relación con las mujeres; al presentarse una bella dama, él, con la mirada baja, se cubría los ojos y salía huyendo despavoridamente. Por otra parte, existieron científicos como Benjamín Tompson, Conde de Rumford, que llevaron vidas dignas de relatarse en el celuloide al estilo James Bond. Rumford, contemporáneo a Cavendish, provino de una familia pobre norteamericana; pasó una buena parte de su juventud trabajando como espía para los ingleses en tiempos de la Revolución. De ahí fue a vivir a Inglaterra, donde formó un regimiento militar, convirtiéndose en Coronel. Decidió probar suerte en el continente, y utilizando recursos diplomáticos llegó a vivir en Munich, Babaria (Alemania) y se convirtió en la mano derecha del Elector de ese estado. Hay una historia simpática de Rumford en la época en que Francia y Austria libraban batallas en la Europa de inicios del siglo XIX. Rumford no se hallaba en Munich por aquel entonces, pero recibió mensajes de sus amigos de la nobleza anticipando un buen porvenir a su retorno; persuadido, Rumford decidió retornar, para darse cuenta de que había sido usado como chivo expiatorio ya que dichos amigos de la nobleza habían huido de la ciudad por el inminente peligro que tenía ésta de ser sitiada ésta por los ejércitos franceses y austriacos. Sin embargo, todo le salió bien a Rumford; logró demorar cualquier conflicto bélico entre los ejércitos hasta que los franceses tuvieron que retirarse para ayudar a un batallón que sufría un grave ataque en otro sitio, a orillas del Río Rin. Rumford fue considerado un héroe, y sumó más condecoraciones a su extensa lista. ¡Y ni hablar acerca de las mujeres!, a Rumford nunca le faltaron, y hasta tenía para compartirlas con el Elector de Babaria. Y a pesar de ello, sus contribuciones no son menos importantes que las de muchos otros científicos: además de tecnificar al ejército inglés, realizó estudios acerca de la convección y presentó evidencia que desacreditaba el tradicional modelo de la sustancia calórica y mostraba al calor más bien como una forma de vibración. La mayoría de científicos se encuentran en algún punto intermedio de estos personajes “extremos”, evidencia de que cualquier persona, sin importar su condición social o psicológica, con la formación académica adecuada, en la hora y lugar precisos, podría haber dejado escrito su nombre en el salón de la fama de los eruditos del conocimiento.
Ninguna biografía estaría completa sin mencionarse el entorno social en el que se desarrolló el personaje. Por ello Gribbin se dedica brevemente a narrar la odisea histórica que atravesó Europa en los últimos cuatro siglos. La exploración de colonias americanas, la influencia política del Vaticano en Italia, las revueltas inglesas entre royalistas y puritanos, las revoluciones independentistas de América contra Inglaterra, la Industrialización, la Revolución Francesa, el Imperio Napoleónico, las Guerras Mundiales, la Guerra Fría, entre otros, son eventos que afectaron directamente a miles de personas, incluidos los científicos. El científico no puede desligarse mezquinamente de su entorno social, de ello puede depender el éxito de sus investigaciones. Por ejemplo, sin el auspicio de la corona inglesa no se hubieran logrado lograron los epopéyicos avances en Astronomía de la época de Newton, que culminaron en la elaboración de catálogos detallados de la esfera celeste; hoy en día esos catálogos son los mapas de donde parten los estudios que buscan comprender los orígenes del Universo, o, en una forma más coloquial, son las guías para localizar astros en noches despejadas en campamentos con amigos, o en una cita en plan de conquista, ;-). Ahora, otro tema es el de que el verdadero interés de la corona inglesa era el perfeccionamiento de métodos de navegación naval, con propósitos bélicos. Hay muchos otros ejemplos de asociaciones entre quienes buscan conocimiento por el simple placer de encontrarlo, y quienes, bajo el sentido utilitario de la industria; así sucedió en el caso del descubrimiento del oxígeno en medio de una investigación para mejorar la calidad de la bebida alcohólica de cerveza. Pero eso sí, hay que aclarar uno no pueda desarrollar investigación en centros especializados sin fines de lucro, como los que deberían proveer las universidades y centros de estudios avanzados.
Curiosamente, al desligarnos de nuestra preconcepción acerca del Universo; al abandonar la idea de la perfección de los cielos, nos hemos topado con una realidad más diversa y compleja de lo que se imaginaba. Imagen: Nebulosa "Monte místico", tomada por el telescopio Hubble.
Finalmente, al mostrarnos la faceta humana detrás de la ciencia, The Scientist facilita el trabajo de acercarnos a ella de forma más íntima. Es imposible leer el libro sin que se vengan a la mente incógnitas que han sido ya planteadas en el pasado, e incluso respondidas mediante investigación. Y cuando uno lee los métodos utilizados para hallar estas resoluciones, queda una profunda apreciación del esfuerzo colectivo empleado: vidas enteras, en varios casos, dedicadas a resolver lo que posiblemente se puede revisar tranquilamente en un curso semestral en la Universidad, o en una tarde ojeando una buena revista. Para aquellos que lean al libro y no sean científicos, será de inmensa ayuda para que comprendan que si bien el desarrollo de la investigación puede tener sus sesgos subjetivos, porque después de todo es una actividad humana, la ciencia es una búsqueda de verdades que son objetivas; y para aquellos que lo sean, servirá como un incentivo para que sigan con sus aspiraciones de contribuir al conocimiento de la realidad. Seguramente, la existencia de libros cómo éste propiciará que sigan existiendo los cambios de paradigmas, destrozando viejas ideologías cuando sea necesario, para encarar de forma lúcida a la realidad.
Nota: Si bien The Scientist es acerca de la historia de la ciencia y sus personajes más destacados, no es un libro de introducción a la ciencia. Si bien se dedica un buen número de páginas a explicar teorías importantes, se lo hace de un forma muy resumida, sólo lo necesario para avanzar con la historia. Si es del interés del lector esclarecer estos conceptos, yo recomendaría que busque otras fuentes (para ello se puede recurrir a libros de Isaac Asimov, Carl Sagan, Carl Zimmer o del mismo Gribbin, pero en otro contexto).
The Scientists no es un libro acerca de la historia de la ciencia, ni de los científicos, en su totalidad; solo abarca el lapso de tiempo desde que se vienen realizando importantes investigaciones hasta la actualidad; los egipcios, babilonios, griegos, mayas, entre otras, son civilizaciones que de una u otra forma también tuvieron sus etapas de desarrollo científico (aunque no tan avanzadas como la actual), que lamentablemente no están cubiertas por The Scientists. Es importante en temas de historia un enfoque integral, que no solo abarque las biografías de personajes importantes. La difusión del conocimiento, el apoyo social y económico, entre otros, son temas importantes a tomar en cuanta. The Scientists provee un trato a estos temas en forma general, de igual forma que lo hace con la descripción de teorías y leyes científicas; sin embargo, se podría recomendar aquí también la revisión de otras fuentes.
The Scientists, y muchos otros libros interesantes de ciencia, pueden ser conseguidos en Amazon.com.